Esta es la noticia y detrás de ella está el hecho de lo humano y de lo político. O, más bien, ¿no estamos ante un Acontecimiento? Dentro de un tiempo determinado el sol se destruirá, y con él todo su sistema. El proceso previo supondrá que antes de extinguirse se destruirá el planeta tierra; y mucho antes que este se desintegre, los seres humanos que aún estuvieren en él, también desaparecerán a causa de unas condiciones planetarias incompatibles con la existencia de vida humana. Para que la especie humana sobreviva es preciso no solo que se exilie de la tierra, sino que emigre más allá del sistema solar. Y para esto, los seres humanos han de librar una dura carrera con el tiempo, es decir, han de hacerse veloces más allá de la comprensión humana acerca de lo que es tamaña velocidad y todos sus efectos. El trabajo humano de supervivencia parece, pues, unido a la adquisición de conocimientos y al desarrollo de habilidades y capacidades que permitan hacer lo que hay que hacer en un tiempo cada vez más reducido. O sea, unido a un asunto de velocidad. La cuestión moral, por tanto, no es si velocidad sí o velocidad no. La cuestión es cómo conjugar la supervivencia de la especie con la del individuo, es decir, cómo ser más veloces sin que ello vaya dejando muertos en el camino. La cuestión moral es resolver universalmente la ecuación «velocidad=vida». Por esto mismo, es inevitable que la velocidad se convierta en un tema esencial de la «polí(s)tica», tema que no puede pensarse olvidando lo que significa «habitar y morir». La ciudad del conocimiento no debe construirse a costa de la ciudad de la sabiduría. ¿Veloces casi como la luz? ¿A qué precio?