En la actualidad, uno de los mayores males de la vida política internacional está siendo la paulatina consolidación de un singular relativismo: todo vale y nada es merecedor de escándalo ni de ser efectivamente reprobado. ¿Qué tiene de gravemente inmoral y antidemocrático que un gobierno ponga en marcha dos veces al día, en las horas de mayor audiencia, un «Noticiero de la Verdad» cuya emisión es obligatoria para todos los medios de radio y televisión del país es cuestión? Claro que si este hecho no ocupa ni preocupa a las instituciones u organismos internacionales de orden democrático, ni, por tanto, da como efecto, al menos, una condena expresa, formal y pública del mismo, entonces es que ese relativismo es, incluso, algo bastante peor que un relativismo sectario.
¿Se vuelven las democracias, hoy por hoy, cada vez más insensibles a las acciones de los enemigos de la democracia? ¿Se puede y debe, en nombre de la prudencia diplomática o del respeto a la soberanía nacional, guardar silencio ante un hecho de este calibre? ¿Quė debería suceder si al gobierno central español o a algún gobierno autonómico o local español se les ocurriera no ya hacer operativo un «Noticiero de la verdad», sino tan solo darlo a conocer como parte de un proyecto de su «nueva modalidad de comunicación»? Pues nada de lo que ocurriera, como debida oposición democrática, nacional o internacional, contra dicha actuación totalitaria, está teniendo lugar, por ahora, como reacción internacional frente a esa medida que sí ha adoptado el actual gobierno nacional de Venezuela. ¿Tan déjà vu y tan ça va de soi es la naturaleza antidemocrática del actual gobierno venezolano, que ya no es necesario hacer ni decir nada internacionalmente contra sus ataques a la libertad de expresión y de información? Por muy visto que esté y por evidente que sea, como realmente lo está y lo es, no deja de ser una gravísima violación de derechos fundamentales la que lleva a término el gobierno de Venezuela. Y ese es solo el comienzo, junto a otros comienzos, de la puesta en marcha de una cruel maquinaria de homogeneización de la sociedad. Pues si uno y solo uno, el del Uno, es el Noticiero de la Verdad, ¿qué son el resto de noticieros?, ¿qué se les podría llegar a exigir o a qué se les podría obligar en nombre de la Verdad del Uno?
Cuando un noticiero gubernamental se impone legalmente como el obligatorio Noticiero de la Verdad, entonces no solo los telespectadores o radioyentes son testigos de una cuña informativa, sino que se convierten en las víctimas de un gran troyano comecocos, un troyano en el recinto de la subjetividad ciudadana. De ese manera, se destruyen las bases que son imprescindibles para el funcionamiento de un régimen democrático: la libertad, la igualdad y el pluralismo como condiciones del pensar autónomo y solidario. La sola existencia de un noticiero gubernamental es ya en sí misma un virus en la comunicación. Y no darle la justa relevancia a tal hecho destructor de la subjetividad que es propia de las formas de vida democrática es abrir las puertas a la legitimidad del enemigo de la democracia. Nada de lo que hoy ocurre en un lugar del planeta queda sin efecto en el resto de los lugares, y mucho más si no se le reconoce la gravedad que conlleva.
¿Se vuelven las democracias, hoy por hoy, cada vez más insensibles a las acciones de los enemigos de la democracia? ¿Se puede y debe, en nombre de la prudencia diplomática o del respeto a la soberanía nacional, guardar silencio ante un hecho de este calibre? ¿Quė debería suceder si al gobierno central español o a algún gobierno autonómico o local español se les ocurriera no ya hacer operativo un «Noticiero de la verdad», sino tan solo darlo a conocer como parte de un proyecto de su «nueva modalidad de comunicación»? Pues nada de lo que ocurriera, como debida oposición democrática, nacional o internacional, contra dicha actuación totalitaria, está teniendo lugar, por ahora, como reacción internacional frente a esa medida que sí ha adoptado el actual gobierno nacional de Venezuela. ¿Tan déjà vu y tan ça va de soi es la naturaleza antidemocrática del actual gobierno venezolano, que ya no es necesario hacer ni decir nada internacionalmente contra sus ataques a la libertad de expresión y de información? Por muy visto que esté y por evidente que sea, como realmente lo está y lo es, no deja de ser una gravísima violación de derechos fundamentales la que lleva a término el gobierno de Venezuela. Y ese es solo el comienzo, junto a otros comienzos, de la puesta en marcha de una cruel maquinaria de homogeneización de la sociedad. Pues si uno y solo uno, el del Uno, es el Noticiero de la Verdad, ¿qué son el resto de noticieros?, ¿qué se les podría llegar a exigir o a qué se les podría obligar en nombre de la Verdad del Uno?
Cuando un noticiero gubernamental se impone legalmente como el obligatorio Noticiero de la Verdad, entonces no solo los telespectadores o radioyentes son testigos de una cuña informativa, sino que se convierten en las víctimas de un gran troyano comecocos, un troyano en el recinto de la subjetividad ciudadana. De ese manera, se destruyen las bases que son imprescindibles para el funcionamiento de un régimen democrático: la libertad, la igualdad y el pluralismo como condiciones del pensar autónomo y solidario. La sola existencia de un noticiero gubernamental es ya en sí misma un virus en la comunicación. Y no darle la justa relevancia a tal hecho destructor de la subjetividad que es propia de las formas de vida democrática es abrir las puertas a la legitimidad del enemigo de la democracia. Nada de lo que hoy ocurre en un lugar del planeta queda sin efecto en el resto de los lugares, y mucho más si no se le reconoce la gravedad que conlleva.