de pregonados dolores,
va la vida
-con ronco caminar-
andándote el alma.
que se marchiten las flores;
créeme, te lo digo,
me cuesta mucho subir tu cuesta.
¡Veo tu muerte, jubilosa,
pisándote los amores!
En esta mañana
sin gotas de rocío,
se remansa la hierba;
me asusto, amigo mío,
que ya se enfrían tus sudores.
Miro y veo, sin remedio,
cómo siegan y siegan
las plateadas guadañas,
de qué manera afilan y afilan
los fatuos segadores.
Veo tu muerte, sedienta,
bebiendo de tus entrañas.
Veo, amigo, que ya no te veo.