El 15 de diciembre del año 1999, y en los días que lo rodearon, principalmente en Vargas, Miranda y Falcón, tres estados de la costa caribeña de Venezuela, miles de personas sufrieron unos gravísimos daños personales, materiales, económicos, etc., que fueron causados por enormes tormentas que provocaron el desbordamiento de los ríos y el deslave de las montañas, lo que trajo consigo el arrastre de piedras, barro, vegetación y de cuanto había al paso. Muertos y damnificados que se cuantifican en miles de ellos, sin que aún sea posible determinar el número exacto de fallecidos, desaparecidos y afectados.
Grandes desastres o catástrofes naturales causan, por lo común, monumentales desgracias o tragedias humanas. Pero cuando los desastres o las catástrofes vienen precedidos, acompañados o continuados por la influencia de la acción u omisión de los seres humanos, entonces no se trata simplemente de desgracias o tragedias, sino de injusticias por las que existe el deber de aclarar la responsabilidad y culpabilidad de personas físicas y jurídicas y de las instituciones políticas. La existencia o no de la adopción de medidas oportunas y adecuadas de prevención, paliativas y reparadoras, que son necesarias y debidas en su implementación para evitar, mitigar y hacer desaparecer los daños, constituyen un punto de referencia imprescindible para ajustar la responsabilidad y la culpabilidad.
Si las injusticias, manifiestas con ocasión de una desgracia causada por un fenómeno natural desastroso, quedan marcadas en el cuerpo y en la mente humana, entonces la memoria personal y cívica ha de estar repujada por las imágenes, testimonios y narrativas de esas injusticias. Si la memoria no está repujada por la experiencia del daño injusto, entonces, ¿cómo pondríamos en marcha justas, eficientes y eficaces políticas de prevención, mitigación y reparación de daños que no se plieguen a una información y un conocimiento guiados por un interés particular y partidista que no coincide, en caso alguno, con el interés común? A la destrucción y la reconstrucción de sujetos y de ciudades las une un hilo de energía anmanética sin la cual la injusticia de la primera y la justicia de la segunda no podrían ni vincularse ni concretarse.
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