La precariedad laboral más la salarial eleva la necesidad a motivo principal de la existencia. En estas condiciones, la vida es siempre la misma cosa y menos lo otro de sí misma. La existencia se transforma en oficio y la reivindicación del ocio, cual objetivo de aquel, es visto casi como un delito. El color rojo en los calendarios ya comienza a ser visto como una usurpación. El ocio, con lo que tiene de interrupción de una línea gris, continua y homogénea, se exige que desaparezca en favor de una línea negra, redoblada en continuidad y en homogeneidad, a imagen del ser humano que por ella transita día a día, otro y siempre el mismo funámbulo.
«Hércules [...] sin duda trabajó [...], mas el objeto de su curso siempre era practicar una noble ociosidad; por eso acabó entrando en el Olimpo. No así Prometeo, inventor de la educación y la ilustración [...]. Por llevar a los hombres al trabajo, él también debe trabajar ahora [...]. Va a tener sobrado aburrimiento sin escapar jamás a sus cadenas.»
(Walter Benjamin)