«Verdad y justicia: La reconstrucción de la ciudad»
(Tomás Valladolid Bueno, en Rev. Bake hitzak. Palabras de paz, nº 77, junio de 2010)
«Pienso que la justicia debida a
las víctimas es una premisa fundamental a la hora de legitimar cada nueva
reinvención de la misma democracia. En esto hay que seguir a Johann B. Metz
cuando afirma: “Porque, en definitiva, la política democrática no puede
reducirse a la relación de un interlocutor con otro interlocutor, sino que ha
de ser la relación de unos con otros que están olvidados y en peligro.”[1] Esta manera de percibir el
asunto público juzgo que ha de acompañar a todo intento de ligar democracia y
justicia. Marcel Gauchet, aunque no es el único, ha resaltado que el modelo
moderno de democracia es identificable a condición de prestar atención al nuevo
modo que tienen los ciudadanos de organizar temporalmente la acción colectiva.[2] Efectivamente, la
democracia moderna se caracteriza, entre otras cosas, por el abandono de un
proyecto metafísico que, anteriormente, orientaba la acción conjunta de los
seres humanos. Estos, en un contexto tal, previo al ideal de autonomía, y sobre
todo si eran representantes del cielo en la tierra, hacían suyo el siguiente
enunciado: “Si así lo hiciera, que Dios y la Patria me premien, y si no, Él y
ella me lo demanden”. Con el paso de los años Dios ha ido despareciendo, en el
espacio público, como juez de referencia; y la Patria, por su parte, en un
contexto de paulatina mundialización, fue perdiendo (¡aunque no tanto como
debiera en algunos territorios!) su naturaleza trascendente -casi divina- para
ir siendo sustituida por la historia del progreso. Otra forma más sutil de echar balones fuera y hombres a la hoguera:
“Que la historia me juzgue”. En efecto, hubo una época en que la historia fue
investida de tribunal donde se juzga al mundo, pero con ello no se llegó aún al
momento pleno del modelo democrático, el cual no ha dejado de modificarse y,
con ello, de transformar una vez tras otra la organización temporal de la vida
en común. Así se ha llegado a un punto en el que la historia ha terminado por
parecernos, también, demasiado trascendente; hemos querido venir más acá y lo
hemos hecho, como dice Antoine Garapon, hasta el extremo de convertir la
historia misma en algo justiciable.[3] Ella no sólo no juzgará al
mundo, sino que junto a éste será juzgada -no otra vez por Dios y por la
Patria- sino por los hombres de aquí y ahora, o sea, por los genuinos actores.
Ahora bien, podemos preguntarnos: ¿Quiénes son estos hombres, estos nuevos jueces que, precisamente por serlo, no dejan ya la tarea de juzgar en manos de
una instancia cuya misma naturaleza provocaba que el juicio se aplazase sine die? ¿Quiénes son lo nuevos jueces
y cuándo juzgan? ¿Quiénes son estos que ya no se conforman con ser testigos
pasivos de una justicia que no sea la de ellos mismos? ¿Quiénes son estos que
ya no se sienten satisfechos con levantar acta de una historia, sino que
pretenden transformarse en jueces de la misma? De estas cuestiones se
desprende, por lo menos, la idea de que la pregunta por la justicia es la
pregunta por nuestra identidad, la cual no podremos reconstruir más que
teniendo muy presente la injusticia padecida por las víctimas, o sea, por
quienes padecen una identidad robada.
La reconciliación, en efecto,
requiere que los que hayan sido verdugos también rehabiten en la polis
reconstruida, pero que lo hagan en justicia, es decir, dándose cumplimiento a
la libertad de la verdad. Sin ésta no habrá reparación ni reconciliación que
merezcan ser utilizadas como instrumentos de justicia, o sea, como medios de
reconstrucción de la comunidad política. Por el momento, pues, deberemos
trabajar en y por la libertad de la verdad para que cada uno de nosotros pueda
hacer suyas y pronunciar, en un tono de tiempo secular, las palabras del
profeta: “Voy a volver a tus jueces como eran al principio, y a tus consejeros
como antaño. Tras de lo cual se te llamará Ciudad de Justicia, Villa-leal. Sión
por la equidad será rescatada, y sus cautivos por la justicia”.[4]»
[1] Metz, Johann Baptist (et alt.). La provocación del discurso sobre Dios,
Madrid, Trotta, 2001, p. 47.
[2] Cf. Gauchet, Marcel. L’avénement de la démocratie I. La révolution moderne, Paris,
Gallimard, 2007.
[3] Garapon, Antoine. Peut-on réparer l’histoire?, Paris, Odile Jacob, 2008, p.59.
[4]
Libro bíblico de Isaías 1, 26-27.