«El cuerpo también es un gran actor utópico cuando se trata de las máscaras, del maquillaje y del tatuaje. Enmascararse, maquillarse, tatuarse no es exactamente, como se podría imaginar, adquirir un cuerpo diferente, simplemente un poco más bello, mejor decorado, más fácilmente reconocible. Tatuarse, maquillarse, enmascararse, sin duda es algo totalmente diferente, es hacer entrar el cuerpo en comunicación con los poderes secretos y las fuerzas invisibles. La máscara, el signo tatuado, el disfraz depositan sobre el cuerpo todo un lenguaje, todo un lenguaje enigmático, todo un lenguaje cifrado, secreto, sagrado, que concita sobre este mismo cuerpo la violencia del dios, la potencia sorda de lo sagrado o la vivacidad del deseo. La máscara, el maquillaje, el tatuaje, el disfraz emplazan el cuerpo en un espacio diferente y lo hacen entrar en un lugar que no tiene lugar directamente en el mundo, hacen de este cuerpo un fragmento del espacio imaginario que va a comunicar con el universo de las divinidades o con el universo del otro. Se estará asido por los dioses, o se estará asido por la persona a la que se seduce. En todo caso, la máscara, el tatuaje, el disfraz son operaciones por las cuales el cuerpo es arrancado de su espacio propio y proyectado a un espacio diferente. Y, si se piensa que el traje, sagrado o profano, religioso o civil, hace entrar al individuo en el espacio cerrado de lo religioso o en la red invisible de la sociedad, entonces se ve que todo lo que toca el cuerpo, perfil, color, diadema, tiara, traje, uniforme, todo eso hace abrirse bajo una forma sensible y abigarrada las utopías selladas en el cuerpo. Y, quizá, se podría descender por debajo del vestido. Se podría, quizá, alcanzar la carne misma, y, entonces, se vería que en ciertos casos, en el límite, el cuerpo mismo vuelve contra sí su poder utópico y hace entrar todo el espacio de lo religioso y de lo sagrado, todo el espacio del otro mundo, todo el espacio del contra mundo, en el interior mismo del espacio que le está vedado. Entonces, el cuerpo, en su materialidad, en su carne, sería como el producto de sus propios fantasmas. Después de todo, el cuerpo del bailarín no es sino precisamente un cuerpo dilatado según todo un espacio que le es interior y exterior a la vez. E igualmente los drogados, los poseídos, los poseídos para quienes el cuerpo deviene infierno, los estigmatizados para quienes el cuerpo deviene sufrimiento, redención y salvación, paraíso ensangrentado.»
(Michel Foucault, Cuerpo utópico.)
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