El hecho de que nuestras sociedades hayan adoptado formas típicamente modernas de comprenderse y representarse es el resultado de lo que se conoce como proceso de secularización. A ésta se la ha definido como la progresiva desvinculación que la organización política de la sociedad ha conseguido respecto de las religiones. En efecto, las sociedades modernas son aquellas en las que la organización de la convivencia se regula por unos principios y unas normas que no necesitan de fundamentos religiosos -o metafísicos- que hagan referencia a un orden previo y exterior a la misma sociedad. Sin embargo, a pesar de este proceso de autolegitimación, proseguido al margen del imaginario religioso, las sociedades actuales no han dilapidado el componente simbólico, por lo que es posible, y hasta necesario, que por medio de la reflexión práctica se provean de resortes morales donde anclar, aunque sea provisionalmente, la vida individual y colectiva de los miembros que las componen.