Si se tiene la voluntad de que el saber práctico tampoco capitule ante la metafísica de la actualidad, entonces la razón no ha de ser una facultad que exclusivamente opere de cara al presente y/o se proyecte de manera megalómana hacia el futuro. Antes bien, si la reflexión práctica debe pensar las distinciones o matices fundamentales, habrá de estar atenta al pasado e incorporar la responsabilidad como un elemento básico de su bagaje conceptual. Ahora bien por responsabilidad no sólo se quiere decir que el presente se construye dando cabal cumplimiento a las normas que nos damos a nosotros mismos, ni se reduce a tener concienzudamente en cuenta las consecuencias o efectos futuros de los proyectos ideados como realización de nuestras vidas. Responsabilidad significa también –y principalmente- que nuestro presente y nuestro futuro no se perfilen al margen del pasado, que nuestra verdad, nuestra justicia, nuestra legitimidad y nuestra libertad, se exploren como deudoras de una pugna por el reconocimiento que otros, con anterioridad a nosotros, sostuvieron contra formas de vida despóticas. La racionalidad práctica, pues, contendría dentro de sí una reflexión sobre la historia que pondría a la vista las distintas barbaries como contrapunto a partir del cual proponer ideales y principios de la acción política. De esta guisa, el pensamiento -en su uso práctico de la razón- intentaría enlazar la verdad, de un lado, con la libertad y la justicia, de otro, indicando así que estas dos últimas computan como requisitos de una sociedad verdadera (siempre in fieri) formada por seres en vías de humanización. Por esto mismo, la reflexión ético-política no sería únicamente representación de la actualidad en aras de unas expectativas de futuro, sino que la racionalidad práctica -concebida como razón histórica en su triple dimensión temporal- además de abarcar un entendimiento comprensivo del ahora y una voluntad prospectiva del mañana, englobaría la dimensión compasiva de la memoria.