x.1. Autoconciencia. Dostoievski se pregunta: «¿Es que el hombre que ha adquirido conciencia de sí mismo puede respetarse verdaderamente?». Y Leon Chestov añade: «En efecto, ¿quién ha de respetar la impotencia y la pequeñez?». Misterioso ser el que no puede respetarse a sí mismo más que con su `propia falta de respeto.
x.2. Desgarro de conciencia. En el filme Cuando el amor no es suficiente: La historia de Lois Wilson (2010), la esposa, en medio de una fuerte discusión con su marido alcohólico, le dice que tiene miedo de que cuando él se va de casa no vuelva, pero que tiene más miedo aún a que vuelva sin tener la decencia de morirse. «Un mundo quebrado», es la traducción del título de un drama escrito por Gabriel Marcel, quien en otra obra hace decir a uno de sus personajes: «Amar a un ser es decir: tú no morirás (Aimer un être, c’est dire: toi, tu ne mourras pas)».
x.3. Conciencia demolida. Si frente a la muerte solo podemos «decir» y el amor solo es «decir», la falta de respeto propio es la esencia moral de la vida misma, salvo que «decir» acumule una inagotable fuerza performativa, o sea, «dicho y hecho». Lo cual, de ser posible, estaría reservado para un dios único. A los seres humanos -si acordamos con Hegel y Agamben- nos está encomendado (¿?) conservar en el lenguaje «la voz de la muerte», es decir, guardar memoria de la voz del animal que todo ser humano sigue siendo.
x.4. Conciencia resucitada. La soberanía de la muerte solo tiene un digno oponente: la soberanía de la vejez, la edad de las vidas en que la falta de respeto a sí mismo puede y debe alcanzar las cotas más altas y sublimes.
(San Jerónimo escribiendo, de Caravaggio 1571-1610)