domingo, 10 de octubre de 2010

Razón práctica 2

No pocos pensadores, bajo los efectos del cientificismo, han tratado el conocimiento de los problemas morales y políticos desde la ilusión de las ciencias de la naturaleza o, al menos, se han autolimitado a realizar un análisis del significado y del uso de los conceptos prácticos. No obstante, cada vez son más quienes reivindican la restitución de un saber práctico que no se relegue a ser desnuda descripción de lo que hay o simple análisis del lenguaje moral y político. De hecho, cuando la democracia, entendida como modo de vida y no sólo como forma de gobierno, se convierte en objeto de reflexión, algunos intelectuales han considerado que es imprescindible un enfoque práctico que sea capaz de dar cobertura a la dimensión simbólica que va más allá de lo que tenemos delante y que está inscrita en la matriz de las formas de vida modernas. En este sentido, algunos han manifestado su  propósito de estimular el pensamiento en favor de una reconstrucción de la reflexión política para que ésta se destine a estudiar las condiciones prácticas del devenir de la libertad. De este modo, el pensamiento sobre lo político tendría como función la de volver a dar sentido a la idea de la libertad, adjudicándole una relevancia que hasta ahora no ostentaba en el aparato de las ciencias sociales. Este tipo de rehabilitación conllevaría, por tanto, que el pensamiento se ocupe de aquello que facilita la comprensión y representación de una sociedad en tanto que sociedad humana, es decir, de lo concerniente a la distancia y divergencia que existe entre lo verdadero y lo falso, lo veraz y la mentira, lo auténtico y lo falsario, la búsqueda del interés privativo y la lucha por el bien común, el poder legítimo y el poder usurpador, la injusticia y lo justo. Desde esta actitud, se ha hablado muy atinadamente acerca del impulso último que debería sostener la producción de la reflexión práctica: ésta no ha de tener nunca otro resorte que el deseo de librarse del dominio absoluto de las creencias colectivas, es decir, el deseo de pensar una vida libre en sociedad. Colocados en esta perspectiva, y teniendo en cuenta la sutileza de la dominación, no resulta tan banal ni mera evidencia la distinción esencial entre una forma de sociedad propia de un régimen de libertad y la instaurada por un régimen despótico, de ahí que se haga imprescindible pensar incisivamente sobre la misma.