sábado, 20 de abril de 2013

Democracia, representación y escrache.



En esta entrada del blog de Milagros Pérez Oliva, tal como entiendo, hay algunas «verdades» relativas a «la democracia», verdades que a algunos escuecen mucho, pero que es necesario tomarlas en serio. 

La democracia es representación, siempre lo fue y lo será, o no será democracia. Ahora bien, representación no significa ni cesión ni delegación de la voluntad. La representación es tanto el gobierno de la mayoría como que este se ejerza contando con las minorías. Y esto se sustancia en algo más que meros procedimientos que solo sirven para dar el pego, que se dice. Sin debate, es decir, sin concurrencia pública (incluida la parlamentaria) de razones y argumentos, aumenta el déficit de representación, por mucha mayoría que se represente. Las mayorías democráticas lo son (democráticas) porque tienen voluntad efectiva y eficiente de incorporar las buenas razones que hubiere incluso en los chillidos de los simios gritones de los parques zoológicos. Cuando los procedimientos son democráticamente operativos, se desprende de ellos un inconfundible olor a sensibilidad y pasión por la democracia, por la ampliada representación, que es bastante más y mejor que una mayoría absoluta o una unanimidad por aclamación. Tal vez, un gobierno no pueda hacer sino lo que hace (o le mandan hacer), pero lograr que las instituciones funcionen hasta el máximo de su potencial democrático está en el deber del gobierno y del partido que lo sustenta. Y si la oposición y parte de la ciudadanía grita, también habrá que filtrar lo razonable que hay o haya en el grito. 

El escrache no es democrático, como bien ha argumentado Patxo Unzueta en un artículo, pero ante él no se puede reaccionar haciendo que el Parlamento no sea parlamento, es decir, que se desnaturalice en su condición representativa, o sea, democrática. El esencial incumplimiento del programa electoral, del partido del gobierno actual, se refiere a lo que en él tenía que ver con la denominada «regeneración democrática». Entre los hunos y los hotros, que dijo Unamuno, estamos que no estamos.