domingo, 6 de octubre de 2013

Conciencia de amor

«Aquellas palabras suyas, las que usó para valorar los hechos, mi conducta, mi disposición y mi persona, las que me escribió para decir cómo se sentía y me sentía, aquellas palabras suyas, digo, me ofendieron y me hirieron hasta la médula. Despreciaban mi sincera amistad y el veraz amor en esta arraigado; y con ese desprecio, aquellas mortíferas palabras enviaban hasta el fondo negro de una profunda sima a los hermosos esfuerzos y sacrificios, a las bellas dádivas y negaciones de uno mismo, a los imborrables mensajes poéticos, a las ya por siempre audibles canciones, a las constantes confesiones de respeto y admiración, a las penetrantes sonrisas que eran señal de los silencios elocuentes de nuestros recíprocos sentimientos e ideas, ... 

Y, sin embargo, acogí aquellas palabras suyas y las besé, las acaricié, las metí en mi boca para darles forma y orden de poema; para que cuando así las escuchase y leyese después de haberlas escrito yo en verso, ya no fuesen suyas aquellas palabras, sino las palabras de una conciencia, la mía, que ya siempre ande alerta ante la propia virtud que uno cree y piensa como propia. De aquellas sus amargas e injustas palabras he querido sacar un néctar que aclare la voz de mi conciencia; un líquido que, al beberlo, no deje a mi conciencia complacerse en su certeza: 


No creo nada en tus palabras
de víctimas, justicia y prójimo.

Es tan fácil ponerse
la capa de guerrero,
y salir a defenderlas 
y hacer discursos
y escribir al respecto. 
¡Pero y qué de las víctimas 
que tú,  -sí, tú-,
qué de las víctimas 
que tú produces 
y pisas a tu paso! 

¿Quién me hace justicia 
-¡a mí!-
por todo lo que te he esperado?
¿Quién me acompaña 
en mi dolor, 
en mi sentimiento, 
en mi expectativa frustrada 
y maltratada 
y pisada diariamente? 

¿El prójimo? 
¿Ponerse en el lugar del prójimo?
¿Qué es eso?
¿Lo experimentas tú por mí?

¿A quien crees que engañas?
¿A ti o a mí?»