miércoles, 7 de mayo de 2014

El porquero democrático

Un porquero tenía tres puercos, pero no disponía de suficiente cantidad de comida para que todos y cada uno de los cerdos engordasen en su completo potencial de peso ni tampoco con un mínimo de digna gordura. Ante esta tesitura, se sentó delante de ellos y les expuso la situación. El cerdo de la derecha propuso que solo uno de ellos fuese alimentado, pues -dijo- lo mejor es alcanzar la excelencia perfecta de uno a conformarse con la mediocridad raquítica de todos o de la mayoría. El cerdo de la izquierda abogó porque se repartiera a partes iguales la comida, pues era preferible que todos fuesen igualmente raquíticos a que existiese la más mínima desigualdad. El cerdo del centro defendió que se distribuyese la mayor cantidad posible de comida para el mayor número posible de puercos, aunque eso tuviese el efecto de que alguno de ellos muriese de hambre y que los demás tampoco alcanzasen igual cantidad de peso entre sí.

El porquero les dejó discutir entre ellos. Y a lo largo de la discusión, escuchó cosas como estas: «no solo hay que decidir cómo repartir la cantidad de comida, sino también a quién repartirla y quién la reparte»; «bueno, a la postre, nuestra vida es engordar para morir»; «hay que prever los casos en que alguno haga trampas a la hora de ejecutar la decisión»; «cada cual debe pelear libremente por conseguir la cantidad de comida que desee»; «quienes tengan la suerte de comer deben ser generosos con los que comen menos o no comen nada»; «una chiquera es justa si el bien alcanza a todos y cada uno de sus miembros y no si un fragmento de ella, por amplio que sea, se convierte en absoluto criterio de beneficio o decisión»;  etc.



Finalmente, el porquero decidió quitarse la vida y ofrecerse en sacrificio en favor de sus cerdos. Así, su cuerpo podría sumarse a la comida existente y superar la escasez que ponía en peligro la existencia de la piara. Claro que también era consciente de que los problemas de distribución y de mando no quedaban resueltos definitivamente con su sacrificio, que con su gesto heroico  tal vez solo garantizaba el pan para hoy y no la ausencia de hambre para mañana, que el conflicto no podría evitarse entre los puercos. En definitiva, el porquero sabía de la amenaza constante que sufren los puercos de cometer y padecer injusticias. Era muy consciente de la incertidumbre y la ambivalencia en la que se conjugan la libertad, la igualdad y la justicia. En el futuro, y no solo remoto, las comunidades de puercos habrían de dar respuestas contingentes a las cuestiones de identidad individual, autonomía, solidaridad y universalidad.

Y así, con el pesar que provoca la certeza de saber la incierta vida de los puercos, el porquero se suicidó dejando un mensaje: «Se ha distinguido entre la pregunta democrática y la pregunta liberal. La primera interroga por el sujeto que ejerce el poder; y la segunda cuestiona sobre los límites del poder, sea quien sea el sujeto que lo ejerce. No obstante, admitida la diferencia o el matiz de estas cuestiones, es necesario que mantengáis la unidad teórica entre el sentido liberal y el sentido democrático. Este el primer paso hacia una Democracia que englobe todos y cada uno de los componentes de la sociedad. Es decir, es el momento inicial que exige pensar la Democracia no en clave exclusivamente política, sino también con categorías económicas. Y esto debe ser así porque -en esa convergencia de sentidos- la igualdad, la libertad y la justicia se podrían alimentar y corregir unas a otras en sus defectos y en sus excesos. Pero esto no sería ya posible ni probable si no reconocéis, desde un comienzo, que el poder-dinero, como fuerza que causa la esclavitud, la desigualdad y la injusticia, no debe hacerse valer, por encima de todo, en cualquier secuencia argumentativa de la discusión acerca de la vida en Democracia».