Un porquero tenía tres puercos, pero no disponía de suficiente cantidad de
comida para que todos y cada uno de los cerdos engordasen en su completo
potencial de peso ni tampoco con un mínimo de digna gordura. Ante esta
tesitura, se sentó delante de ellos y les expuso la situación. El cerdo de la
derecha propuso que solo uno de ellos fuese alimentado, pues -dijo- lo mejor es
alcanzar la excelencia perfecta de uno a conformarse con la mediocridad
raquítica de todos o de la mayoría. El cerdo de la izquierda abogó porque se
repartiera a partes iguales la comida, pues era preferible que todos fuesen
igualmente raquíticos a que existiese la más mínima desigualdad. El cerdo del
centro defendió que se distribuyese la mayor cantidad posible de comida para el
mayor número posible de puercos, aunque eso tuviese el efecto de que alguno de
ellos muriese de hambre y que los demás tampoco alcanzasen igual cantidad de
peso entre sí.
El porquero les dejó discutir entre ellos. Y a lo largo de la discusión,
escuchó cosas como estas: «no solo hay que decidir cómo repartir la cantidad de
comida, sino también a quién repartirla y quién la reparte»; «bueno, a la
postre, nuestra vida es engordar para morir»; «hay que prever los casos en que
alguno haga trampas a la hora de ejecutar la decisión»; «cada cual debe pelear
libremente por conseguir la cantidad de comida que desee»; «quienes tengan la
suerte de comer deben ser generosos con los que comen menos o no comen nada»;
«una chiquera es justa si el bien alcanza a todos y cada uno de sus miembros y
no si un fragmento de ella, por amplio que sea, se convierte en absoluto
criterio de beneficio o decisión»; etc.
Finalmente, el porquero decidió quitarse la vida y ofrecerse en sacrificio
en favor de sus cerdos. Así, su cuerpo podría sumarse a la comida existente y
superar la escasez que ponía en peligro la existencia de la piara. Claro que
también era consciente de que los problemas de distribución y de mando no
quedaban resueltos definitivamente con su sacrificio, que con su gesto heroico tal vez solo garantizaba el pan para hoy y no
la ausencia de hambre para mañana, que el conflicto no podría evitarse entre
los puercos. En definitiva, el porquero sabía de la amenaza constante que
sufren los puercos de cometer y padecer injusticias. Era muy consciente de la
incertidumbre y la ambivalencia en la que se conjugan la libertad, la igualdad
y la justicia. En el futuro, y no solo remoto, las comunidades de puercos
habrían de dar respuestas contingentes a las cuestiones de identidad individual,
autonomía, solidaridad y universalidad.
Y así,
con el pesar que provoca la certeza de saber la incierta vida de los puercos,
el porquero se suicidó dejando un mensaje: «Se ha distinguido entre la pregunta
democrática y la pregunta liberal. La primera interroga por el sujeto que
ejerce el poder; y la segunda cuestiona sobre los límites del poder, sea quien
sea el sujeto que lo ejerce. No obstante, admitida la diferencia o el matiz de
estas cuestiones, es necesario que mantengáis la unidad teórica entre el
sentido liberal y el sentido democrático. Este el primer paso hacia una
Democracia que englobe todos y cada uno de los componentes de la sociedad. Es
decir, es el momento inicial que exige pensar la Democracia no en clave
exclusivamente política, sino también con categorías económicas. Y esto debe
ser así porque -en esa convergencia de sentidos- la igualdad, la libertad y la
justicia se podrían alimentar y corregir unas a otras en sus defectos y en sus
excesos. Pero esto no sería ya posible ni probable si no reconocéis, desde un
comienzo, que el poder-dinero, como fuerza que causa la esclavitud, la
desigualdad y la injusticia, no debe hacerse valer, por encima de todo, en
cualquier secuencia argumentativa de la discusión acerca de la vida en
Democracia».