viernes, 8 de diciembre de 2017

8 DE DICIEMBRE Y 6 DÉCADAS MÁS.

Narrar, aprender y enseñar la vida moral. Vericuetos y recorridos de la virtud. Hacer el bien, hacérselo a uno mismo y a los otros. 

Todos los años, por el día de «La Purísima», él me cuenta lo mismo: «Tu abuelo Concepción siempre mataba el 8 de diciembre. En casa de los otros abuelos, de mis padres, unos días antes o unos días después, pero en su casa siempre se hacía la matanza esa día».

En efecto, mi padre me cuenta algo con fijación, sin falta, cuando llega la fecha en que eso tuvo lugar invariablemente en el pasado. Sin embargo, cada vez que me lo cuenta, también añade algo nuevo: al hecho que suele aparecer como lo principal de su repetida historia, le añade un dato cada año, como si con este deseara narrar una idea con la que infundir sentido humano a la vida que aún nos queda por vivir. Y aunque alguna vez no aumente el contenido de lo narrado, le basta cambiar el acento o el tono de lo dicho para así describir un aspecto distinto. Es como si quisiera decirme, a su manera, que no se me ocurra ninguna reflexión ética que no tenga asiento en la voluntad de reparar las vidas dañadas, en la voluntad de hacernos mejores como humanos.

Este año, la narración de la matanza del cerdo ha sido más o menos así: «El gorrino, que era del destete, lo compraba la gente para la feria [finales de septiembre, festividad de San Miguel]. Y después de un año, al llegar este día, es cuando lo mataba siempre tu abuelo Concepción. Nosotros también por esa fecha más o menos. Así que durante un par de meses se juntaban en la chiquera el gorrino grande con el gorrino chico, porque este se compraba antes de matar al otro. Y había gente que para que el grande no mordiera ni le hiciera daño al chico le pegaba con una vara cuando lo atacaba. Pero nosotros no le pegábamos nunca. Lo que hacíamos era echarle al gorrino viejo, por la noche, un cubo de agua fría por el cuerpo. Así, para calentarse, buscaba al chico y se apegaba a él sin hacerle daño. Y el gorrinete perdía el miedo y se arrimaba también a él para resguardarse.»

Preguntándole yo por qué ellos no golpeaban al animal para enseñarle a que no atacara al pequeño, me dice: «Porque yo oía a algunas personas que venían a la barbería y hablaban unas con otras que era mejor no pegarle y echarle el cubo de agua fría. Así el gorrino viejo aprendía antes y se ponía menos furioso. Y además, que era lástima pegarle a un animal sin necesidad. Con lo del agua, pasados unos días, ya se querían uno al otro».

Así pues, por lo pronto, y dado que aprendemos para la vida y no para escuela (“no scholae sed vitae”), he contado lo que se me ha dicho (“relata refero”): lo primero es no causar daño (“primum non nocere”). No siempre lo conseguimos aunque sí lo pretendamos. Pero esto es también parte de nuestra accidentada y abierta historia moral.

(tvb)