A UN SAUCE
Para Tinín, amigo.
Si nadie, ni ella ni él, vigilaban la escaleras,
allá que iba el niño, subiendo de dos en dos
a lo más alto, hasta la cámara de la casa,
para mirar desde arriba lo que un viejo muro
tapiaba detrás de sí, a ras de calle y suelo.
Hincando las rodillas en un áspero capacho,
asomaba su cuerpo como paloma de alcoba;
con feliz alma de crío, por el ojo de la ventana
oteaba el territorio de un solitario sauce llorón.
Y el árbol, muy sediento, ahora se dejaba ver:
el firme tronco, los cabellos de hojas verdes,
melena de largas ramas jugando con el viento,
lágrimas del corazón gimiendo al atardecer.
(tvb)