Y su voz te despertaba.
Amaneció, y ella -la voz materna del día- te llamó para que
mirases con gozo la exuberante nevada. Pasmado en tu alma de niño, por el
espeso color blanco de la vida, te entregaste al horizonte incierto y frío de
un amor temprano. Más tarde, con tu cuerpo en fuga, saliste a jugar con el
mundo. ¿Recuerdas el lamento de la nieve cuando la pisabas al correr en medio
de las olivas? ¿Recuerdas cómo la tierra, la vida misma, musitaba dolor en los
pliegues de su capa blanca? ¡Recuerda tu despertar con la nevada, recuerda y no
olvides la voz que te llamaba!
(tvb)