El hecho de que el bien venga mezclado con el mal, y viceversa, no debe llevarnos a confusión. Es decir, no por eso deberíamos concluir la imposibilidad de emitir un juicio de reprochabilidad o de reprobación. A lo que tal hecho apunta es a que debemos ser prudentes o cautos a la hora de proferir tales juicios y, sobre todo, a que seamos lo suficientemente humildes o modestos como para no caer en una actitud arrogante (propia de quien se cree poseedor de certeza plena o bondad sin tacha) en el momento de valorar o juzgar la acción objeto de atención reflexiva. Pero con el reconocimiento de tales limitaciones (pues no tenemos un concepto absoluto de bien ni gozamos de una perspectiva absoluta de todo lo que sea objeto en cuestión) no se está asumiendo que en todo asunto que juzguemos existan a la vez, necesariamente, el bien y el mal. Esto sería caer en la trampa de la ontologización, aunque por otro camino al de la abstracción. Por ejemplo, en una acto terrorista donde se dé muerte, de manera querida, por medio de la explosión de una bomba, a unos niños que juegan en la calle, no existe mezcla de bien y de mal, pues en este caso sólo en un sentido diremos de alguien que es un “buen” terrorista, es decir, precisa e irónicamente en el sentido que nos lleva a juzgarlo como un sujeto que comete actos dignos de reprobación (moral, política y jurídica) por muy efectivos y eficientes que sean tales actos desde la finalidad del que los realiza. Queda, también, perfectamente asumido que ese terrorista puede ser al mismo tiempo un buen padre, un buen esposo, un buen vecino, un buen conductor, un buen estudiante, un buen electricista, etc., pero no diremos de él que es un buen ciudadano, ni tan siquiera que es, de modo cabal, un buen hombre, por mucho que todos sus allegados (conociendo o sin conocer su cualidad de “buen” terrorista) lo tengan por tal a tenor de otras virtudes sociales. Si se es terrorista, entonces no hay mezcla de buen ciudadano y mal ciudadano, sino que se es mal ciudadano sin más. Hay que insistir: aunque en la vida real no siempre aparecen separados el bien y el mal, y en los humanos hay capacidad para hacer el uno y/o el otro, esto sólo significa que nuestro juicio debería evitar actitudes maniqueas o sectarias; e igualmente, la caución a que nos obligan tales hechos incluye la necesidad de no reducir, por vía de simplificación, lo que se presenta de forma compleja y lleno de matices. No obstante, también se debe hacer hincapié en que no siempre el bien y el mal van unidos, y que aún en los numerosos casos en que sí lo están, sería posible -y hasta un deber- emitir sobre tales un juicio razonablemente universal.