Si la aspiración a la gloria adquiere cada vez más una forma jadeante, es porque ha sustituido a la creencia en la inmortalidad. La desaparición de una quimera tan añeja como legítima tenía que dejar en los espíritus, junto a una confusión, una espera mezclada de frenesí. Nadie puede prescindir de un simulacro de perennidad, y menos aún dispensarse de buscarlo por todas partes, bajo cualquier forma de reputación, empezando por la literaria. Desde que la muerte se presenta para cada quien como un término absoluto, todo el mundo escribe. De ahí la idolatría por el éxito, y, como consecuencia, la esclavitud hacia el público, potencia perniciosa y ciega, azote del siglo, versión inhumana de la Fatalidad.
(E. M. Cioran, La caída en el tiempo)