En efecto, es la declaración de “permanente” lo que define la última decisión de ETA. Estamos ante la permanente redundancia del permanente déjà vu: ante la permanente estrategia que consiste en deslegitimar permanentemente la democracia existente y, a la vez, reivindicar permanentemente una “verdadera situación democrática”; ante la permanentemente nueva declaración donde permanecen las también permanentes condiciones de territorialidad y autodeterminación junto a la permanente referencia al permanente “proceso democrático”, permanentemente fundado en la permanencia de una permanente voluntad del permanente Pueblo Vasco, permanentemente escrito con permanentes mayúsculas; estamos ante la permanente declaración del permanente conflicto que espera permanentemente su solución (¿ésta sí “definitiva”?) por medio de una permanente negociación y un permanente diálogo que se muestran como permanentes sustitutos de las permanentes medidas represivas de las permanentes (¿hasta cuándo?) autoridades españolas y francesas. Es decir, dado que permanentemente la amenaza de los permanentes asesinos sigue permanente y que permanentemente realizan el latrocinio permanente de la voluntad popular (¿permanente?), se puede concluir, ante tan tamaña permanencia de declaración permanente, realizada por la permanente banda que permanece en el terrorismo permanente, lo siguiente: estamos ante la permanente farsa de lo permanente. Y no estaría mal que a tan permanente farsa le diera permanente representación teatral ese insigne dramaturgo que mantiene permanente amistad cómplice con tan permanentes farsantes. Por cierto, ¿por qué en lugar del permanente “permanente” no se decide la “definitiva” desaparición de esa permanente banda criminal? ¡Porque entonces ya no existiría la permanencia que justifica lo permanente aún después de lo definitivo! ¡Que sí, que lo sepáis, que nos hemos “enterao”!