Abatido
Pudimos verlo, durante años,
caminar con pies entrecruzados,
hastiado, y sin abrigo, malvivir la vida
campo a través de anhelos en quiebra,
sendas de una vieja y finada pasión.
Lo pudimos ver, en efecto,
abatido por la nefasta ira de los días,
que acanala su alma de abisales llagas,
sufriendo exhausto la febril bajeza
de quienes verle quieren encorvado.
Pudimos oír, y así lo hicimos,
un vaivén de latidos espasmódicos
marcando el paso ligero de su tiempo
cual dorado péndulo tembloroso
de un juvenil amor atenazado.
Hasta que en una fría mañana,
de aquel agrio y polar invierno,
descubrieron sus achicados huesos
allá, en el pedregoso hontanar.
A la batalla que nunca debió ir,
cuando vuelvan los días sin ira,
ya nos contará al oído, sin jadeos,
qué valquiria le ordenó partir.
caminar con pies entrecruzados,
hastiado, y sin abrigo, malvivir la vida
campo a través de anhelos en quiebra,
sendas de una vieja y finada pasión.
Lo pudimos ver, en efecto,
abatido por la nefasta ira de los días,
que acanala su alma de abisales llagas,
sufriendo exhausto la febril bajeza
de quienes verle quieren encorvado.
Pudimos oír, y así lo hicimos,
un vaivén de latidos espasmódicos
marcando el paso ligero de su tiempo
cual dorado péndulo tembloroso
de un juvenil amor atenazado.
Hasta que en una fría mañana,
de aquel agrio y polar invierno,
descubrieron sus achicados huesos
allá, en el pedregoso hontanar.
A la batalla que nunca debió ir,
cuando vuelvan los días sin ira,
ya nos contará al oído, sin jadeos,
qué valquiria le ordenó partir.
Tomás Valladolid Bueno, Abatido, publicado en: