El hombre pasivamente injusto no lo es por no ir más allá del deber, sino por no ver que la ciudadanía exige algo más que los requerimientos de la justicia normal. El hombre injusto suele ser culpable de estar por debajo de la ley y del orden porque los viola. El hombre pasivamente injunsto hace algo distinto: simplemente es indiferente a lo que sucede a su alrededor, especialmente cuando cotempla cómo se llevan a cabo el engaño y la violencia. Falla como ciudadano. No se trata de que le falte buena dosis de humanidad o bondad. Es simplemente que ante el delito o la acción ilegal mira hacia otro lado. (...) La lección política es que el ciudadano injusto [...] no ha de ser considerado sólo como alguien violento o codicioso, sino como alguien remoto y éticamente sordo.
Cuando interiorizamos el ethos de la desigualdad y lo aceptamos como justo y correcto, no [por eso] perdemos nuestra natural capacidad de sentirnos desposeídos, humillados y ofendidos cuando nuestras expectativas como seres humanos no son satisfechas, cuando se ignoran nuestras peticiones o cuando se abusa de nosotros o se nos rechaza. Y muchas de estas expectativas no son un producto cultural, están enraizadas en la naturaleza. Tan profundo es nuestro sentido de la injusticia que amarga cada día de nuestras vidas. [Sin embargo,] la mayoría de nosotros no hacemos nada al respecto y seguimos mansamente las reglas, pero eso difícilmente mejora nuestra situación. No tener ni idea de lo que significa ser tratado injustamente es no tener conocimiento ético ni vida moral. (…).
La teoría democrática no tiene que atribuir un sentido idéntico de la injusticia a toda la gente por igual. (…) Idealmente, los ciudadanos deberían ser protegidos no sólo contra las injusticias, sino contra la posibilidad de ser víctimas de un abuso de poder por su propio bien. Es más, sin su abierto consentimiento y comprensión, no podemos suponer que sus expectativas legítimas estén siendo satisfechas y que su silencio no implique nada sino una aceptación resignada. (…)
La ciudadanía no está hecha psicológicamente de arcilla. No sólo merecen explicaciones de las normas que pueden alterar sus vidas, sino que se debe suponer que son capaces de entenderlas. No debemos olvidar que, si uno realmente entiende algo, no importa lo complejo que sea, generalmente es posible explicarlo a casi todo el mundo que quiera escuchar. La mayoría de las políticas sociales no son, en todo caso, tan complicadas. Asumir la imbecilidad de los otros es tan injusto como se puede imaginar. (...)
A menudo elegimos la paz por encima de la justicia, pero no son lo mismo. Confundirlas es invitar a la injusticia pasiva.
A menudo elegimos la paz por encima de la justicia, pero no son lo mismo. Confundirlas es invitar a la injusticia pasiva.
(Judith Shklar, Los rostros de la injusticia)
[Si uno tuviese a su cargo una clase de "filosofía práctica", incluiría en la programación la lectura y el análisis interrelacionados de cuatro libros. Y esto lo haría estableciendo el siguiente orden para leerlos: Los rostros de la injusticia (Judith Shklar), La idea de justicia (Amartya Sen), Mal consentido (Aurelio Arteta) y Tratado de la injusticia (Reyes Mate).]