Hay quienes se quieren quitar la responsabilidad de emitir un juicio de valor acerca de si un nuevo ente, llamado Sortu, debe o no entrar a formar parte del club de esas asociaciones políticas que concurren pacífica y deliberativamente a unas elecciones democráticas con el objetivo de alcanzar representación institucional, o lo que es lo mismo, con la finalidad de tocar pelo (dígase: poder abusivo y dinero para el cautivo). Y esos “quienes” (que sin duda tienen nombre y apellidos públicamente conocidos, pues escriben en columnas de prestigiosos periódicos) cumplen con su querer declarando, con escritura apodíctica, que sean los jueces los que decidan. ¡Fenomenal forma de hacer caso a Kant!, uno de esos orates padres de nuestra democracia que se les metió en la cabeza aquello de la autonomía, entendida ésta como mayoría de edad. Y no es que nuestros amigos los “quienes” no cumplan el principio kantiano de atreverse a saber, pues bien saben ellos lo que hay que saber, o sea, que sin la memoria del mal causado de forma injusta, no habrá incorporación (legalización) a la vida democrática que sea hecha en justicia. Precisamente porque lo saben, esconden la cabeza debajo del ala, y así afirman que sean los jueces, máximos representantes de esa justicia estructurada sin memoria, es decir, sin justicia, quienes decidan en el caso. De este modo ya se tendrían unos “quienes” felizmente fusionados con otros “quienes”.
Abundemos en algo de lo dicho. Nuestros primeros “quienes” saben muy bien que si unos jueces juzgasen de la legalidad de Sortu en razón de la memoria (¡importándoles la legitimidad moral!), entonces siempre cabrá un recurso ante otros jueces que fuesen más “verdaderos” jueces, es decir, desmemoriados. De modo que, tarde o temprano, la justicia de los jueces sin justicia, o sea, sin memoria, sentenciaría a favor de la legalización de Sortu, o lo que es lo mismo, a favor del Derecho, que no es igual que conforme al derecho que asiste a las víctimas inocentes para que su sufrimiento injusto sea jurídica y políticamente tenido en cuenta. En definitiva, los jueces se mancharían la toga con el barro del camino, de ese donde se pisotean los derechos de las víctimas en nombre del Derecho, pero no se dignarían a que, en señal de memoria, ni siquiera una gota de sangre inocente empapase un filamento de su pulquérrimo hábito de sacerdote del Derecho. ¡Ah!, pero todo esto no será posible imponerlo como una decisión sabia y justa, si antes no se ha hecho extender la idea de que todos los que se opongan a tal incorporación del nuevo ente (Sortu, ¡oh, fuente de ente!) son unos malvados que no desean el final de la violencia terrorista, pues tienen ocultos intereses a los que beneficiaría el continuo y perenne reguero de sangre. Al final, terminarían exigiendo que esos mismos jueces, fóbicos ante la memoria, sentenciasen que los que se han opuesto a su acto amnésico sean desincorporados para hacer más sitio a todos los que se vuelven a incorporar sin haber manifestado palabra alguna, ni guiño siquiera, como mínima señal de condena y arrepentimiento por los crímenes cometidos en el pasado. Se verían así los catárticos de Sortu formando parte del gran grupo de “quienes”, al que las víctimas, y aquellas personas que también se opusieran al Derecho amnésico, no podrían entrar como miembros de pleno Derecho. Pues, ¿quiénes se habrán creído esas víctimas que son como para opinar sobre lo que hay que hacer? ¡Vamos, faltarían “quienes”!