A Nicasio Marín Gámez
Ya camino por calles empedradas, mientras ya se asoman
primogénitos rayos de luna vigilante, amenazando evaporar
límpidos mantillos de rocío, estrellas de luz amordazada.
Ya cuando la noche se hace, me retiro torpe entre socavones,
rómbicas charcas de agua sucia, como ácido que envenena
los viveros de una vida irisada, ya con brillo de muerte,
pozos ciegos en amores, veneros que brotan hacia la nada.
Ya se acercan fríos letales, de incisivos y norteños hachazos
que van abriendo gélidas heridas, como resquicios abisales,
en un cuerpo inerte que ya solo espera morir en la noche,
y rendirse al sacrificio del nombre, a la espera, de una mirada.
Ya veo claro su rostro mortífero, imagen en el aire polvoriento,
que con fervor acaricia el férreo escoplo de la lluvia, ya maldita,
girándose lento hacia el alma, en la derrota, en la oscura nevada.