El viejo mundo conoció al esclavo y al siervo, que fueron los portadores de la infeliz conciencia de su tiempo. La Modernidad ha inventado al perdedor. Esta figura, que se mueve a medio camino entre los explotados de ayer y los superfluos de hoy y mañana, es la magnitud incomprendida en los juegos de poder de la democracia. No a todos lo perdedores les tranquiliza la observación de que su estatus corresponde a su ubicación en una competición. Muchos objetarán que nunca tuvieron la oportunidad de intervenir y situarse después. Sus sentimientos de rencor no se orientan únicamente contra los ganadores, sino también contra las reglas del juego. El hecho de que el perdedor que pierde demasiado a menudo ponga violentamente en tela de juicio las reglas del juego del sistema manifiesta la gravedad de la política después del fin de la historia. La nueva gravedad se presenta actualmente bajo dos formas de aparición: en las democracias liberales, como posdemocrática política de orden que se manifiesta como regresión de la política a la policía y como transformación de los políticos en agentes de defensa del consumidor; en los Estados fracasados, como guerra civil en la que los ejércitos compuestos por violentos superfluos se diezman mutuamente.
(Peter Sloterdijk, Ira y tiempo)
En alemán los trapos o harapos se llaman lumpen y sabemos bien el desprecio de Marx por el lumpeproletariat, el proletariado andrajoso, porque era un ejército de parásitos que no creaban riqueza. Sólo tenía ojos para el Proletariado que, esos sí, hacían andar la rueda de la historia. La cosa cambia entreguerras, con el crash bursátil del 29 y el ascenso espectacular del fascismo. En un momento en el que, como decía Victor Serge, era "medianoche en el siglo", emerge la figura del trapero. Escritores, como Beaudelaire o Peguy, y filósofos, como Walter Benjamin, encuentran en ella la guía inesperada para entender lo que está pasando y cómo salir de la crisis. Nada como dedicarse a las sobras que vierte el estómago de la ciudad dormida para entender lo que está pasando. El trapero, en efecto, dispone de un punto de vista privilegiado para analizar las sociedades avanzadas. Al trapero no se le oculta que el sistema funciona creando desechos que luego recicla y aprovecha como alimento de la maquinaria. (…) Posee una gramática educativa muy singular y si tuviera hijos les ahorraría la angustia del paro enseñándoles a distinguir entre ser y tener, desterrando la maldición de nuestra lengua que califica al desempleado como alguien que "está de más". Lo suyo no era sólo la diagnosis, también tenía una propuesta para salir de la crisis. Piensa que las teorías económicas fracasan porque no soportan el cara a cara con la miseria. (…) De la crisis del 29 se salió gracias a la inteligencia de Keynes. El trapero quedó archivado como figura literaria. Dicen los que saben que también de ésta saldremos, pero volveremos a las andadas si tratamos al trapero como un delincuente. De momento y mientras esperamos la llegada de un nuevo salvador, vuelve su silueta vacilante porque mientras subsista la miseria, habrá mitos, para que haya resistencia.
(Reyes Mate, El trapero y la política)
(…), a la larga se ha hecho evidente que una dimensión de la expansión occidental a nivel planetario, la más espectacular y, tal vez, la de mayores consecuencias, ha sido la lenta pero implacable globalización de la producción de desecho humano, o, para mayor precisión de “desechos humanos”: humanos que ya no son necesarios para completar el ciclo económico y que por tanto, resultan imposibles de alojar en un marco social que se haga eco de la economía capitalista. (…) El “problema del capitalismo”, la disfunción de la economía capitalista más flagrante y potencialmente más explosiva, está pasando de su actual fase de explotación a la exclusión a nivel planetario. Es la exclusión, más que la explotación sugerida por Marx hace un siglo y medio, lo que subyace actualmente en los casos más manifiestos de polarización social, de profundización de la desigualdad, de crecimiento de los volúmenes de humillación, sufrimiento, y pobreza humanas.
(Zygmunt Bauman, Identidad)