martes, 15 de marzo de 2011

Memorias y olvidos de la "memoria histórica": detalles al borde del camino de la revolución.

De los miles de prisioneros encerrados en la cárcel central de Madrid, ... Entre ellos se encontraban personalidades como don Melquíades Álvarez, antiguo republicano, jefe del Partido Republicano Liberal Demócrata y el Sr. Rico Avello, exministro del Interior en el gobierno presidido por el Sr. Martínez Barrio en 1933 y luego comisario en Marruecos en febrero de 1936. Los fusilamientos duraron toda la noche en el interior de la cárcel, sembrando el terror en las casas vecinas.
En los archivos de la Dirección de Seguridad se encuentra una foto donde se ve el cadáver del Sr. Melquíades Álvarez, exhibiendo en el cuello una enorme herida provocada por un  bayonetazo. El cuerpo de Rico Avello se encontraba echado a propósito sobre un montón de cadáveres destinados a la fosa común.
Durante esos mismos días, un tren que iba a Madrid llevando doscientos prisioneros y rehenes desde Alcalá de Henares y Guadalajara fue detenido por los milicianos en la estación de Vallecas y los prisioneros fueron fusilados en el acto.
Estos últimos hechos decidieron por fin al gobierno a tomar la dirección de la represión formando un tribunal compuesto por miembros de la magistratura y un jurado popular reclutado entre los partidos inscritos en el Frente Popular. Ese tribunal, dada la publicidad que tendrían sus sentencias, estaría obligado a medir su alcance y a justificarlas. Sin embargo no temió pronunciar sentencias condenatorias [contra] ... exministros del partido radical en el gobierno Lerroux, -sin ninguna prueba, por cierto,- de haber favorecido el alzamiento. Su pecado era muy distinto, el de pertenecer al antiguo partido radical, bajo el gobierno del cual habían sido ministros en distintas ocasiones.
(...)
Con estas (...) víctimas del furor revolucionario desaparecía todo un símbolo del pasado de las luchas republicanas españolas. Habiendo pertenecido siempre al partido republicano radical, llamado histórico, que presidía Lerroux, esos (...) hombres habían luchado por la libertad y sufrido numerosas persecuciones. (...)
Los marxistas a la izquierda, los monárquicos a la derecha no tendrán que enfrentarse en el futuro a esos republicanos cuyas convicciones se habían formado al abrigo de una lucha sostenida por la República y la libertad.
(…)
Dejé Madrid a principios de septiembre. La anarquía que reinaba en la capital ante la impotencia del gobierno y la absoluta falta de seguridad personal, incluso para los liberales –o quizás sobre todo para ellos- me impusieron esa prudente medida… Si la gran simpatía que uno siente siempre por quienes se defienden puede ir hasta explicar los errores populares, se niega en llegar hasta el sacrificio oscuro e inútil de la propia vida. Se sabe también que los autores de los excesos, o los que han tolerado que se cometan, siempre encuentran excusas aunque sólo consistan en pretender que hay que juzgar las revoluciones en su conjunto y no en sus detalles, por elocuentes que sean. ¡Y yo no quería ser uno de esos detalles sacrificados inútilmente!
No quise sin embargo marcharme sin llevar conmigo a mi anciana madre de ochenta años y a una sobrinita. Únicas personas a mi cargo. Debíamos dejar España por el puerto de Alicante en un barco argentino. Pero en el último momento órdenes del gobierno español nos lo impidieron y, no teniendo más elección, embarcamos en un barco alemán con destino a Génova.
Habíamos conocido en directo el fanatismo de la izquierda. Íbamos a encararnos ahora al fanatismo de derecha.

(Clara Campoamor, La revolución española vista por una republicana, 1937)

***
P: En el exilio, usted tuvo que cargar además con una leyenda siniestra que le va a perseguir mientras viva: Paracuellos. No sé cómo soporta el hecho de que muchos españoles de la derecha sigan convencidos de que usted fue el responsable, el inductor incluso de aquella matanza.
S.C: Que todavía haya gente que pueda pensar eso, la verdad es que me produce tristeza. Durante muchos años se han escrito cosas terribles sobre mí a propósito de aquel desgraciado episodio. Pero la verdad es que la única decisión que yo tomé, de acuerdo con el general Miaja, en la Junta de Defensa en la que yo era responsable de las cuestiones de orden público, fue, respecto a aquellos 2.000 militares que estaban en la cárcel de Madrid porque se habían sublevado en el cuartel de la Montaña, fue, ya digo, trasladarlos a Valencia. Porque nos dimos cuenta de que esa gente podía formar perfectamente un cuerpo de ejército, que eso era, en realidad, la Quinta Columna. Yo entonces estaba desbordado organizando la resistencia de Madrid y puse aquella misión en manos de mis colaboradores, que tuvieron que organizar, con muchas dificultades, la seguridad de aquel traslado. La conclusión a la que llegamos el general Miaja y yo fue que la gente de la calle que vio aquel traslado, que era gente que ya había sufrido los ataques fascistas, se lanzó a por ellos, y la guardia que iba custodiándoles no les defendió. En Madrid, en aquellos momentos de caos, había grupos radicales, igual que había grupos fascistas que salían de noche a poner bombas. Pienso que si alguna responsabilidad tuve yo en aquello fue la de no tener capacidad para controlar y castigar a los responsables. Pero… en fin, no se puede olvidar que había un frente de guerra en Madrid. Sin duda fue muy doloroso que muriera aquella gente así, pero también estaban muriendo niños, y mujeres, y viejos, y defensores de Madrid que eran chavales que ni siquiera habían hecho el servicio militar. Es verdad que yo no pude defender a aquella gente con eficacia y llevarla a Valencia con seguridad. Fue una desgracia tremenda, pero en tiempos de guerra hubiera sido mucho peor que se hubieran unido al ejército que estaba atacando Madrid. Le puedo asegurar que si Franco hubiera tenido un grupo de presos de esas características, los hubiera fusilado sin más. La República, no. Nosotros hicimos lo que pudimos, pero la verdad es que no teníamos fuerzas con moral suficiente y ganas para defenderles. Y no lo hicimos, eso está claro. Pero, mire usted, en la Guerra Civil murió mucha gente inocente que no debería haber muerto y otra gente que ha muerto que no era tan inocente. Yo he soportado esta calumnia de Paracuellos como un peso más que hay que soportar en esta vida. No he encontrado forma de neutralizar esa calumnia, pero opté por tomar un camino: actuar en la política de este país. Quiero la paz entre los españoles, yo no soy un hombre que odiara físicamente a nadie. Creo que muchos lo han entendido así.
(Santiago Carrillo, Un resistente de la política, entrevista en El País, 9 de enero 2005)