miércoles, 5 de enero de 2011

Sin humo, pero sin alguna libertad

- Donde hay una opinión única “políticamente correcta”, no hay ninguna opinión en absoluto, sólo sumisión, cobardía, silencio y neolengua. (…)
- El que comete “delitos contra la salud” es un sujeto “inreconstruido” (un término de los campos de reeducación) y “contaminado”. Ocasiona, sobre todo, gastos públicos (por el delito implícito de caer posiblemente enfermo, teniendo que ser hospitalizado y quizás enterrado a costa del dinero público). (…) Pero la alusión al “gasto público” pone al descubierto más que ninguna otra cosa, que uno de los principales objetivos de la política de salud es la reubicación de la maltrecha ética protestante del trabajo en su posición central abandonada, reviviendo su autodisciplina neurótica, su imperativo de subordinar el individuo a “fines públicos” y al mundo del trabajo, así como a su avaricia intrínseca.
- Nuestras necesidades y hábitos no tienen ya un carácter privado; somos directamente responsables de ellos a la “vista del público”. La “ciencia” tiene que movilizarse para “demostrar” que al entregarnos a nuestro delito concreto contra la salud ponemos en peligro a nuestros conciudadanos, contaminamos y maltratamos, por tanto, a nuestros hijos, turbamos la paz mental de nuestros vecinos, enturbiamos la atmósfera moral. La conclusión es evidente por sí misma: o sumisión a la norma o castigo, quizás la mort civile. Esto es lo que da una justificación para poder espiar al “fumador secreto” que se encierra en el retrete y denunciarle sin dilación o llamar al guardia para que saque de allí al infractor.

(Ágnes Heller y Ferenc Fehér, Biopolítica)

- ¿Sería posible organizar un espacio público, abierto o cerrado, de modo que en él habitasen, en el mismo momento, personas que fumasen libremente y otras que no, de manera que el acto de fumar no dañase la salud de las segundas o si lo hiciere, fuese  con su previa y libre condescendencia? Porque si es posible tal modo de organizar un espacio público, entonces prohibir que alguien fume en él sería un acto autoritario que vulnera gravemente la libertad de las personas. ¿Sería posible organizar el espacio de un bar de modo que existiese un compartimento en el que las personas que lo deseen puedan fumar en él y, además, ser atendidos por trabajadores del bar que, aunque no fumadores, decidan libremente realizar su trabajo en tal compartimento, y todo ello sin dañar la salud de otras terceras personas, salvo las de aquellas que libremente consientan en tal daño? Porque si es posible, entonces legislar en contra de tal posibilidad es un acto que vulnera la libertad de las personas. El gobierno que abandera legislar tales prohibiciones es un gobierno autoritario, y si lo hace amparándose en el derecho a la salud, entonces es un gobierno instalado en la manipulación, pues es posible salvaguardar el derecho a la salud al tiempo que se respeta la libre decisión de fumar. Claro, que si un gobierno promueve legislar tal prohibición, es porque en su fuero interno cree que tiene plena legitimidad para imponer, en cualquier circunstancia, todos los modos de vida absolutamente salubres para toda la población e impedir, en cualquier circunstancia, todos los que no lo sean también para toda la población. Pues bien, tal convencimiento sobre dicha legitimidad es ya, en sí mismo, origen de la más profunda falta de legitimidad de tal gobierno y del parlamento que le secunda en dicha creencia.
- Esos mismos gobiernos no tienen el menor pudor en apelar, también, a criterios economicistas para adoptar sus medidas. Como ciertos actos ponen en peligro la salud de la población y conllevan un aumento del gasto público, entonces es necesario prohibirlos, sin más matices ni más reflexión sobre las condiciones que harían posible la libertad de realizar tales actos y de evitar, a la vez, los ilegítimos perjuicios sanitarios y económicos que pudieran producir. Pues va a ser que no caben más reflexiones ni opiniones que las de los expertos dirigentes sanitarios. Los fumadores, además de apestados, son un agujero por donde se va el dinero de las arcas públicas. Y esto, en época de crisis, es intolerable. Efectivamente, de eso se trata, de gobiernos que se llevan mal con la tolerancia.
- El riesgo de gobiernos autoritarios, que sustituyen el uniforme militar por las blancas batas, no es una ficción. Asistimos, desde hace ya unos años, al inicio de nuevas formas de autoritarismo que acabarán por aprisionar a los seres humanos en nombre de su propia dignidad, libertad, salud o cualquier otro valor que resulte manipulable por gobiernos y asociaciones que dicen moverse por buenas intenciones. Hace tiempo que sabemos cómo a las buenas intenciones también las carga el diablo. ¿No es asunto del diablo que se pueda denunciar anónimamente o, en su defecto, si esto produce cierta reserva moral, que lo haga una asociación de consumidores por ti?
- Tantos años priorizando la educación sobre el castigo y ahora resulta que para no matarnos de humo lo mejor es el palo y tente tieso. Lo otro lleva tiempo y, lo que es peor, un gran coste en amor a la libertad y en la creación de condiciones óptimas para la misma. Ahora bien,  que se sepa: para este viaje no hacían falta alforjas, bastaba que Arias Navarro, al tiempo que anunciaba por televisión la muerte del dictador Francisco Franco, hubiese hecho público un decreto de prohibir totalmente el tabaco y su consumo. Porque, a fin de cuentas, prohibir así a lo gordo, siempre fue más propio de ellos, ¿no?