sábado, 30 de abril de 2011

Pillaje cultural

Ayer visité a Honoré
en las ruinas de un páramo claustral
con espíritu triste, monótono y sombrío
lo abandoné en la nuda desnudez del silencio
en las puertas de su melancólica casa
ayer lo saqueé.


Leí El túnel de Ernesto Sábato cuando yo todavía estaba, si es posible, más presionado por la influencia de la estupidez, sobre todo moral, de lo que sigo estándolo hoy en día. El libro vino a caer en mis manos al igual que un gran número de otros que, con el paso de los años, he ido leyendo: por puro azar que sólo es tal porque es buscado. Me atrapó, de modo que cada día volvía a leer todo lo ya leído en los días anteriores, sólo que en cada relectura subrayaba lo que mi perspectiva existencial, entre poética y filosófica, bien me daba a sentir y entender. Al acabar la lectura de toda la novela, compré un cuaderno para anotar, de forma concatenada, todas aquellas partes del texto que había ido resaltando. El resultado fue una extracción o enajenación de sentido que para bien o para mal transmutó en la construcción de un nuevo y muy breve texto; reconstrucción textual como resultante de haber hilvanado todas aquellas frases del libro de Sábato con el hilo de mis vivencias primordiales. A alguien a quien amaba le leí en voz alta aquel texto mío, que lo fue a causa del pillaje, y lo hice como si en su contenido estuviese incluido el quid de nuestra existencia. El ejemplar del libro lo regalé y el cuaderno de anotaciones desapareció de mi fondo de papeles. Compré, bastante más tarde, un nuevo ejemplar de la novela, pero ya no he vuelto a releerla ni a rapiñarle frases y sentidos. Y no es porque no haya amado como amé, ni vivido el amor como entonces lo viví. Es, simplemente, que los libros también compiten entre sí. Y sin embargo, este de Sábato, junto al Yo acuso de Émile Zola, el Lobo estepario de Hermann Hesse y el Del sentimiento trágico de la vida de Miguel de Unamuno, ocupan un sitio tan prominente en la estantería de mi alma  que muchas veces pienso no estar haciendo otra cosa sino robarles y robarles lo que por ser suyo es ya también nuestro. Algún día, tal vez cuando …, podré dilucidar qué encontró mi espíritu de alimento en dichas obras. Para ayudarme me serviría, además, de ese magnífico estudio que Foucault realizó sobre la parresía. Pero para ello tendría que volver también sobre los profetas de Israel, y para entonces… no sé, no sé. De todos modos, si esta clase de pillaje no es para pedir perdón, sí debe uno hacerlo por las veces que se dejó vencer por la estupidez moral, aunque no se fuese ni tonto ni imbécil moral o inmoral.