Ayer por la noche, las televisiones ofrecían imágenes de personas reunidas en La Puerta del Sol de Madrid, congregadas como si convergieran en el kilómetro cero de eso que otras, antes que ellas, han bautizado con el nombre de democracia real.
Me llamó la atención lo escrito en una pancarta de papel que estaba pegada en una de las construcciones de cristal. También me alertó el hecho de que el viento la arrancase, pues esto parecía una premonición de lo que podría perdurar el movimiento o energía moral allí concentrados. El lema o eslogan escrito en la pancarta decía: Si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir. Todo, casi todo en él, evocaba un aroma del 68 francés; y digo casi todo porque había en esas palabras una pequeña grieta por la que se colaban algunos versos de un bellísimo poema, cuya lectura gocé por primera vez en mis años de juvenil nihilismo:
El sueño no es dormir: quien sueña vive
y duerme quien tropieza
con bultos al no ver lo transparente
del árbol, del silencio…
Voy hablando de ti en este hacerme,
activamente, con trabajo y gracia,
como quien no comprende lo profundo.
El arduo juego
de crearte es mi ocio y mi manera
de crearme a mí misma reflejando
en acción esas horas
que llaman solitarias los que duermen.
Y la imagen de ti que yo modelo
es tu propia materia acariciada
-tu rebelde materia- que responde
poniendo en marcha mi mejor imagen.
Oh, no, no duermo. Tengo el cuerpo en tierra.
Me vive un sueño. Sé cual es su nombre.
(Julia Uceda, de Me vive un sueño)
Me pregunto, con inquietud, si las personas concentradas en esa plaza madrileña sabrán de verdad el nombre de su sueño; pues, en puridad, todo asunto políticamente grave es una cuestión de nombre, del nombre verdadero.