Dentro del marco o ambiente sectario en que vivimos desde hace ya algún tiempo, puede reconocerse, en ciertos medios de comunicación, un renacimiento del sermón matinal. Los actuales y correspondientes fieles (oyentes de alguna radio o del videoblog de algún diario en su versión digital) tienen a disposición su particular párroco político. Hace unos años fueron muy controvertidas las intervenciones matinales que un lenguaraz locutor realizaba en una cadena de radio de titularidad eclesial. En este caso, aún podría entenderse, pero no por esto compartirse, el fervor sectario que convierte el discurso ideológico en sermón político. Al fin y al cabo, lo propio de esa institución, y de cuanto tiene que ver con ella, es lustrar a la realidad mundana con una pátina de teología política. Otra cosa distintita es el tipo de teología con la que nos encontramos, aunque casi todas, a excepción de alguna de las denominadas “negativas”, sirven para intentar hacernos comulgar con algo más grande y duro que las tradicionales ruedas de molino.
Ahora bien, lo que pudiera resultar algo novedoso, especialmente para quienes suelen creerse las cosas tal y como se las cuenta, no el primero que llega, sino el que siempre se las apaña para llegar primero y más lejos, digo, tal vez pueda parecer una novedad el hecho de que la edición digital de un diario, que en principio nada tendría que ver con la teología política de ciertas empresas de la cultura, ofrezca todas las mañanas, a través de un videoblog, el sermón de otro afamado locutor. Este no hace mucho que lo era de la radio que lleva por nombre el del ese a quien tanto amor profesaba Heidegger y del que todos los demás nos hemos olvidado, para desgracia de Occidente, según opinión del filósofo. Que dicho locutor del videoblog, de tan secular diario digital, pueda parecer la reencarnación de un sacerdote –postconciliar, ¡faltaría más!- no se debe sólo, y principalmente, al atuendo y pose con el que es mostrado en la fotografía de portada. Ciertamente, no es eso lo que puede levantar la sospecha de estar ante una nueva versión del sermonar matinal, pues no pienso yo que el hábito y las posturas hagan al monje, ya que más bien se me antoja que es el monje el que vuelve categorías los hábitos y las poses. Es verdad que esta teología política no es del mismo signo que la que en su momento ofrecía, y sigue ofreciendo, aunque ya sin estar bajo palio episcopal, aquel lenguaraz locutor al que anteriormente he aludido. Pero el que no sea la misma, o que sea la opuesta, no garantiza, en absoluto, que no se pretenda con ella hacer tragar otras nuevas piedras de triturar trigo.
En efecto, hace unas mañanas, con motivo de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre la participación electoral de Bildu, el locutor del videoblog al que me vengo refiriendo, ofrecía un comentario tras el cual se me dibujó una aparentemente modosita y moderada teología política, por supuesto, laica. Del sermón político de este locutor-sacerdote me quedaron grabadas las siguientes palabras: “Nosotros estamos muy contentos de que se haya producido esta normalidad, (…) Nos complace también que la sociedad vasca al completo pueda estar en las urnas, (…) Si hemos vuelto a confiar una vez más y nos hemos equivocado nos merecemos lo que nos pase”. De inmediato, eso de la “normalidad” o lo de “estar en las urnas” quedó en un segundo plano, pues a fin de cuentas es algo que uno ya ha oído y contradicho en bastantes ocasiones. Lo que me impactó fue ese “nosotros” pronunciado por boca de un periodista de la mañana, reconvertido en un laico teólogo político –y mañanero- por arte de videoblog. Porque, piénsese: ¿Cuál es la comprensión y la extensión de ese “nosotros” que se siente contento y complacido? ¿A quién representa un periodista cuando comenta? ¿De qué voz es voz su voz? ¿Es el mismo nosotros que ese nos(otros) que ha confiado y que si se equivoca merecerá lo que le pase? ¿Lo que pase u ocurra, en caso de equivocación con Bildu, afectará solo al “nosotros” del locutor o también alcanzará a todos aquellos que, por lógica discursiva, pertenecen al “vosotros” que le sigue a su “nosotros”? Si hay equivocación, sea cual sea el nosotros que se equivoque, ¿aceptaría el locutor-sacerdote que a su “nosotros” le pase algo? La verdad es que el “nosotros” resulta ser un pronombre personal que juega muy malas pasadas y le hace a uno meterse en camisas de once varas o, al menos, en un buen berenjenal semántico. Para mayor estropicio, sucede que “nosotros” es un término de tal calado identitario que no pocas veces se desliza hacia el precipicio del sectarismo, de la exclusión, de la megalomanía comunitarista, y otras yerbas muy amargas, ¡pero que muy amargas!
No digo yo que, con toda seguridad y en toda su amplitud, esto le haya sucedido al bueno de nuestro locutor-sacerdote, tan amigo –por otro lado- del sumo sacerdote del buenísmo español, sobre todo, si lo entrevista. Lo que sí digo es que cuando le oí pronunciar tales palabras, ya casi al final de su sermón, sentí un pellizco en el alma como si fuera, no digo de miedo, pero sí de una seria preocupación. Así, en concreto, me acordé de un fragmento del libro La estrella de la redención de Franz Rosenzweig, por lo que acudí a las páginas donde se encuentra y, de nuevo, pude leer lo siguiente: El nosotros siempre es todos nosotros: todos nosotros, los aquí reunidos. No cabe, pues, entender la palabra “nosotros” si no va unida a un gesto. Cuando uno dice “él”, sé que está mentando a uno; y sé eso mismo también, aunque esté a oscuras, cuando oigo, a una voz decir “yo” o “tú”. Pero si uno dice “nosotros”, aunque yo lo esté viendo no sé a quiénes está mentando: si a él y a mí; o a él, a mí y a cualesquiera otros; o a él y cualesquiera otros sin mí, y, en fin, a qué otros.
Cuando acabé de leer este texto me pregunté: ¿Cuál es, por tanto, el gesto de este locutor-sacerdote que me facilitaría entenderle cuando dice “nosotros”? Con la intención de descubrir tan misterioso gesto escuché otra vez el sermón del locutor y releí los parágrafos completos, anteriores y posteriores, del fragmento que he reproducido. Fue entonces cuando sí sentí cierto tipo de miedo, pues ahí se hablaba del nosotros y también del vosotros, del juicio y del fin, de la palabra y de las palabras. Como me asaltaron ciertas dudas, acudí a otro libro, Sistema y revelación de Stéphane Mosès, donde este expone el pensamiento de Rosenzweig, con el objetivo de calmar mis temores. Pero fue en vano, lo que allí encontré aumentó mi pesimista percepción del asunto: el gesto del locutor del videoblog no era el gesto propio de la redención según la veía Rosenzweig; y éste no era ciego, ni mucho menos, para estas cuestiones. No sería muy ilógico, por tanto, que estos nuevos sacerdotes de la comunicación pensaran, antes de sermonear y pontificar de la forma que lo hacen, qué puede significar secularmente “redención” en el contexto de un final del terrorismo y de cada uno de los juicios que se avecinan. A lo mejor les cambiaba el gesto y, con éste, algo esencial en relación con un “todos nosotros”.
Claro, que con decir “todos nosotros” tampoco queda solucionado el problema, pues aunque no tuviésemos un “nosotros” que excluya, no obstante, siempre habría un riesgo de inclusión homogeneizante, es decir, todos contentos y complacidos, o sea, todos con sotana laica. Y el riesgo siempre existe, incluso con los teólogos de la diferencia, sobre todo, si llegan a esta por el cauce de la metafísica. Que se lo pregunten, si no, al hermano-ministro del locutor-sacerdote; que se lo pregunten a ese que respondió felizmente a la sacerdotal llamada del sumo sacerdote del buenísmo español: ¿Por qué en cierta ocasión, y en Sevilla, este familiar y sacerdotal miembro del ejecutivo (¿pertenecerá al “nosotros” de su hermano locutor?) dijo que un profesor solo –aislado- es un peligro público número uno? ¿Lo sabe él por sí mismo o se lo ha revelado alguien que está en los cielos… o en los infiernos? Bueno, siempre cabe otra posibilidad: como es especialista en metafísica, tal vez se lo haya revelado el “nosotros” del Ser o de la Ser. ¿Así, también, al locutor y teólogo político de la Voz laica?