[Me formulo esta pregunta mientras camino por un texto de Unamuno. ]
Un solitario, un verdadero solitario, es el que se pone a bailar en medio de la plaza humana y a la vista de sus hermanos todos, al son de la música de las esferas celestiales, que él solo, merced a la soledad en que vive, oye. Las gentes se paran, le miran un momento, se encojen (sic) de hombros y se van diputándole por loco, o forman corro en derredor de él y se ríen o empiezan a acompañar su baile con palmadas entre algazara y regocijo.
Un solitario, un verdadero solitario, es el que se pone a bailar en medio de la plaza humana y a la vista de sus hermanos todos, al son de la música de las esferas celestiales, que él solo, merced a la soledad en que vive, oye. Las gentes se paran, le miran un momento, se encojen (sic) de hombros y se van diputándole por loco, o forman corro en derredor de él y se ríen o empiezan a acompañar su baile con palmadas entre algazara y regocijo.
Y ahora voy a contestarte a lo que me decías no hace mucho en una de tus cartas. “Has claudicado –me decías- y empiezas a bailar al son que te tocan; ya no eres tuyo, eres de los demás. Recoje (sic) tus palabras de antaño y aprende para en adelante a no decir nunca: de esta agua no beberé.” Pues bien: te equivocas. Yo bailaba; bailaba al son de una música que los demás no oían, y empezaron por reírse de mí, los unos; por llamarme loco o extravagante, o ganoso de notoriedad, los otros; alguno me insultó; no faltó quien me apedreara, y, al cabo, se fueron marchando y no haciéndome caso, y sólo quedaron en torno mío aquellos a quienes mis brincos y piruetas les hacían gracia, les recreaban el ánimo o les movían a bailar ellos a su vez y desentumecer así sus piernas. Y este mi cotarro ha ido, gracias a Dios, ensanchándose, y hoy bailo y brinco en medio de un regular concurso de gente que me lo jalea. Y esta gente, al verme bailar en seco y sin música, porque ellos no oyen la que rige y acompaña a mis piruetas, se han puesto a llevarme el compás con sus manos, y me aplauden y dan palmadas, y como estas palmadas van al compás de mis saltos y cabriolas, creen que salto y brinco yo al compás de ellas, y esto les mueve a aplaudirme más, y se dicen: “¡Bravo, y cómo hacemos bailar a este hombre!” Y no saben que yo no oigo siquiera sus palmadas, y que, si arrecio yo a brincar cuando ellos arrecian a aplaudir, es que ellos aplauden porque yo brinco, y no brinco yo porque ellos aplaudan. Y tal es la ventaja de bailar solo.
(Miguel de Unamuno, Soledad)