¿Qué les ocurre a algunos divinos hombres con el tiempo? Hace unos meses un importante diario publicaba un necrótico artículo de un escritor bilbaíno con el siguiente título: Tiempo de adviento. Ayer, ese mismo diario volvió a publicar, en su edición del País Vasco, un nuevo texto del mismo autor. La autocomplacencia mostrada por éste en su segundo artículo sólo es equiparable a pestilente complacencia por el tiempo de paz exhibida en el primero: lo público y lo privado de la manita a través del tiempo, eso sí, del tiempo nuevo. Ese mismo tiempo al que un alto dirigente de Bildu y alta autoridad guipuzcoana echa mano, en su calidad de nuevo, (del tiempo, se entiende) para justificar el silencio ante el dolor y sufrimiento de las víctimas de ETA. Por lo que se ve, condenar la injusticia tiene también su kairós abertzale, su tiempo oportuno, conveniente, etc.
Lo que ocurre es que son muy pocos los que están al alcance de comprender los arcanos de dicha oportunidad. Entre esos pocos parece ser que se encuentra el actual Lehendakari (¡los anteriores por supuesto!). Al menos eso es lo que cabe pensar tras oír algunas de sus valoraciones de la reciente sentencia de la Audiencia Nacional en la que ésta condena a prisión a Otegui y Usabiaga. ¿Qué ha dicho ahora este divino de los divinos? Pues en uno de esos místicos momentos de clerical anticlericalismo ha manifestado que él respeta, como es lógico, la sentencia del tribunal, pero que a tenor del tiempo que se vive en el País Vasco comprende que haya mucha gente que no entienda la sentencia. ¡Sí señor, con dos cojones ahí, para que nos enteremos bien de lo que es verdadera comunión entre el soberano y el pueblo! Solo falta que algún día el divino Lehendakari nos explique a qué se debe el no entendimiento (perdón, iba a decir la falta de entenderas) de tanta gente en El País Vasco.
Ahora bien, me pregunto: ¿Qué clase de novedad temporal es la de una paz sin justicia? ¿Será la propia del oportuno derecho, es decir, la de la impunidad? Tengo mis dudas, porque ésta de novedad nada de nada, al contrario, tan vieja como el viejo y clerical poder. En efecto, como decía aquella digna madre: le oiremos decir (al divino, se entiende) cosas que nos helarán la sangre. ¡Al tiempo!