En el actual debate sobre el problema catalán, algunos autores toman como referencia el debate parlamentario que en su día sostuvieron Manuel Azaña y José Ortega y Gasset, y que hace unos años fue publicado en formato de libro con el título Dos visiones de España, y un prólogo de esos que el lector no debería dejar de leer. Y entre esos autores, los hay que toman por modelo o fundamento de su postura los argumentos esgrimidos por Manuel Azaña en dicho debate. Lo que puede resultar chocante es que alguno de ellos plantea las cosas como si la posición de Azaña hubiese sido la misma a lo largo de toda su vida política como autoridad de la II República de España. Ya vimos, en la segundo entrada de este post Ja s'ha acabat el partir?, que no todos los que comienzan pensando que los nacionalistas catalanes son camaradas leales terminan creyendo lo mismo. Y es que la lealtad institucional, cuando se trata de asumir la democracia como proyecto de bien común, exige que antes uno sea leal a ese proyecto, y no que solo aparente serlo para así justificar la deslealtad institucional. En este sentido, reproduzco a continuación un fragmento del libro de Manuel Azaña La velada en Benicarló, escrito en forma de diálogo durante la guerra civil española. Por lo general, se entiende que las opiniones del propio Azaña están representadas por las intervenciones de los personajes Garcés y Eliseo Morales.
"BARCALA:
El Gobierno de Cataluña
ha adoptado la revolución,
la proclama y pretende ordenarla.
GARCÉS: Otra
vareta que anda suelta y no de las menores. El caso de Cataluña es
complejo, pero no más
tranquilizador. La relación
del Gobierno de Cataluña
con la guerra es la misma que la de toda España. El Gobierno de Cataluña no es más fuerte
ante sus administrados que el de la República en las provincias de su mando.
Pero, al mismo tiempo, el Gobierno de Cataluña, por su debilidad y por los fines
secundarios que favorece al amparo de la guerra, es la más poderosa
rémora
de nuestra acción
militar. La Generalidad funciona insurreccionada contra el Gobierno. Mientras
dicen privadamente que las cuestiones catalanistas han pasado a segundo término, que
ahora nadie piensa en extremar el catalanismo, la Generalidad asalta servicios
y secuestra funciones del Estado, encaminándose a una separación de
hecho. Legisla en lo que no le compete, administra lo que no le pertenece. En
muchos asaltos contra el Estado toman por escudo a la F. A. I. Se apoderan del
Banco de España
para que no se apodere de él
la F. A. I. Se apoderan de las aduanas, de la policía de
fronteras, de la dirección
de la guerra en Cataluña,
etcétera.
Cubiertos con el miserable pretexto de impedir abusos de las sindicales para
despojar al Estado, se quejan de que el Estado no les ayuda, y ellos mismos
caen prisioneros de la sindical. El Gobierno de Cataluña existe
de nombre. Las representaciones de los sindicatos en el Gobierno significan
poco o nada; sus camaradas no los obedecen ni cumplen los acuerdos penosamente
elaborados en consejo. Se aprobó
el decreto de colectivización
de la industria, como parte de una componenda, a cambio de que los sindicatos
aceptaran los decretos de movilización y militarización. Se
cumple el primero, pero no los otros. Cuando el Gobierno de la Generalidad lanzó de una
vez cincuenta y ocho decretos, cada uno de los cuales era una transgresión legal,
no ha obtenido la observancia de ninguno, porque a los sindicatos no les gustan.
Con eso disfrutamos la doble ganancia de entrometerse la Generalidad en lo que
no le compete y una desobediencia anárquica. Ya se está viendo la
repercusión
en la guerra. Un país
rico, populoso, trabajador, con poder industrial, está como
amortizado para la acción
militar. Mientras otros se baten y mueren, Cataluña hace política. En
el frente no hay casi nadie. Que los rebeldes no hayan tratado de romperlo, da
que pensar. Si quisieran, llegarían a Lérida. A los ocho meses de guerra, en
Cataluña
no han organizado una fuerza útil,
después
de oponerse a que la organizase y mandase el Gobierno de la República.
Ahora que empiezan todos a clamar por un ejército, tocarán las
ventajas de haber quemado los registros de movilización, de
haber hecho hogueras con los equipos y las monturas, de haber dejado que la F.
A. I. se apoderase de los cuarteles y ahuyentase a los reclutas. Los periódicos, e
incluso los hombres de la
Generalidad,
pablan a diario de la revolución
y de ganar la guerra. Hablan de que en ella interviene Cataluña no como
provincia sino como nación.
Como nación
neutral, observan algunos. Hablan de la guerra en Iberia. ¿Iberia? ¿Eso qué es? Un
antiguo país
del Cáucaso...
Estando la guerra en Iberia puede tomarse con calma. A este paso, si ganamos,
el resultado será
que el Estado le deba dinero a Cataluña. Los asuntos catalanes durante la
República
han suscitado más
que ningunos otros la hostilidad de los militares contra el régimen.
Durante la guerra, de Cataluña
ha salido la peste de la anarquía.
Cataluña
ha sustraído
una fuerza enorme a la resistencia contra los rebeldes y al empuje militar de
la República.
LLUCH: ¿Pero quiénes son
los directores de Cataluña?
Está
por ver. El verdadero pueblo catalán no está con
ellos."
(Manuel Azaña. La velada en Benicarló)