viernes, 4 de octubre de 2013

Habitar y morir: traperos, indigentes y emigrantes.

En 1955, Vicente Aleixandre pronuncia el discurso de apertura del nuevo curso en el Instituto de España. El título del mismo fue «Algunos caracteres de la nueva poesía española». De él he seleccionado este fragmento en el que se recoge un poema de Rafael Morales: «Los traperos». De esta forma me uno al humano y profundo pesar por el fallecimiento de un indigente de 23 años y las muertes de más de doscientas personas emigrantes, de las cuales bastantes eran niños. ¡Si Tú estás ahí, oye el ruego y acógelos en tu mundo de Bondad!

«Puestos ya en esta vía de acercamiento a la diaria realidad vital, el poeta puede dar un paso hacia adelante amando todo lo que normalmente está considerado como marginal desecho de la vida social o de la vida urbana. Esta visión cristiana, franciscana, de lo humilde en cuanto tal, es la que nos ofrece Rafael Morales, que en su “Canción sobre el asfalto” llega a ser el cantor del desperdicio, del olvido y el desaliento en una gran ciudad. Oigan ustedes uno de sus poemas, con un tema al parecer ínfimo, el de los traperos que recogen toda la basura, subido a ternura y espiritualidad:

LOS TRAPEROS

Van por las largas calles los traperos 
con sus panzudos sacos a la espalda, 
colgándoles inertes, sucios, ciegos, 
igual que grandes sapos mutilados, 
redondos, pardos, silenciosos, muertos.

Van con sus grandes sacos dolorosos 
por los largos caminos, donde el viento 
pone su verde aullido en el ramaje 
de un árbol solitario bajo el cielo.

Y llevan en un saco los zapatos 
negros y fríos de un muchacho muerto, 
la muñeca sin brazos y sin ojos 
y un tímido abanico dieciochesco, 
mostrando en sus varillas solitarias 
el pequeño temblor de su esqueleto, 
comido de ratones, donde puso 
antiguamente su rumor el viento.

Un azulado traje de obrerita
 se pliega en un rincón, donde el silencio 
íntimo y sucio pone su ternura 
entre la mansa lana y el recuerdo.

Y los traperos siguen su camino, 
los cuerpos inclinados bajo el peso... 
Turbios de vieja pana y lejanía, 
se borran silenciosos a lo lejos, 
se adentran en la noche con sus trapos, 
se pierden en la noche con los sueños...».

(Vicente Aleixandre, Obras Completas, vol. II, Madrid, Aguilar, 1978 (2ª ed.), pgs. 507s.