domingo, 29 de septiembre de 2013

El rumor del bien

UN ECO DEL TIEMPO

Suele pensarse que en la vida es más peligroso subir que descender. Olvidamos que cielos e infiernos comparten abismos. En mis días, bien lo sé, bajé con temerosa y extrema torpeza de un árbol recio, al que tampoco antes pude ni supe alzarme con mis solas fuerzas, por y para bien —¡ay!— de mí. 

Si alcancé hasta las primeras ramas del tronco, fue porque ella me tendió sus manos. Estaba sentada sobre una horquilla de grosor medio. Me vio llegar a lo largo de la vereda que desembocaba en la misma base del tronco. Cuando llegué allí, vi el rostro de una divina mujer que sonría a su amante extranjero: como de película, pensé. 

Mirándola, confundido, me recordé de niño parado delante de un suntuoso edificio. Clavé la mirada por encima de la escalinata, muy empinada, que conducía hasta la puerta principal de entrada. En la pared frontal de ladrillos vistos, granates y engranados, pendía expuesto un gran lienzo. La imponente escena central destacaba sobre un fondo azul. Atado a la rama de una vieja encina, colgaba un columpio de madera negra. Subida a este, se mantenía en vuelo la más hermosa y radiante de las damas de la ciudad. 

Mientras iba y venía en su pendular mecida, nada más pisar yo los peldaños de mármol blanquecino, me dio la bienvenida. Me cubrió con su manto, con su alma de color púrpura. Fui ascendiendo, entre incrédulo y ajeno, acunado en sus brazos coralinos. Y antes de llegar la noche ya estaba yo también en balanceo, abrazado al aire, subiendo camino del abismo, a cielo abierto, con agua y fuego, …, cayendo.

(tvb)