Vaya por delante mi respeto a los tres autores del artículo publicado ayer en El Correo y mi acuerdo con las tesis mantenidas en el mismo. En efecto, frente a la socialización del olvido, la socialización de la memoria. Pero, me pregunto: ¿Se han dado cuenta los tres autores hasta qué punto ha penetrado la socialización del olvido? Porque, incluso el mismo texto del artículo está afectado. En el párrafo donde se mencionan las distintas clases de personas que han sido objetivos del terrorismo de ETA, ¿por qué no se hace explícita referencia a los escoltas, los policías municipales, a los guardias civiles, a los policías nacionales y a los miembros de las fuerzas armadas, mientras que sí se hace de los ertzainas? ¿Por qué esa concreción en la policía autónoma vasca si las otras clases de personas no habían sido especificadas; si a la vez se habla, por ejemplo, de políticos o periodistas y no del partido o medios de los mismos? ¿No han podido referirse, con igual generalidad, a las fuerzas de seguridad y del orden público? Más aún, en un párrafo posterior, los autores manifiestan literalmente «que el horror que tantas familias han padecido en Euskadi no se vuelva a repetir.» Y digo yo: ¿Qué hay del horror que tantas familias han padecido fuera de Euskadi, en el resto de España y fuera España?
Ciertamente, la socialización del olvido la carga el diablo de muchas formas, y entre estas se encuentra la inoculación inconsciente de una socialización masiva de la ideología nacionalista. Cuanto con más ahínco se argumenta en favor de la memoria de las injusticias olvidadas, como condición de la reconstrucción de la ciudad democrática, más consciente se ha de estar de lo compleja que es la memoria sociopolítica, de la deuda que esta puede tener con cierto inconsciente, de lo inconsciente que puede estar siendo la conciencia. Y ante esto, no estamos inmunizados, por lo que el trabajo de conciencia es más arduo de lo que creemos muy a menudo. Ahora bien, para esta tarea hay que meter todos los riñones de la razón.