jueves, 24 de octubre de 2013

Justicia y reconciliación: Para pensar la sentencia sobre la «Doctrina Parot» -2-


«Verdad y justicia: La reconstrucción de la ciudad»

(Tomás Valladolid Bueno, en Rev. Bake hitzak. Palabras de paz, nº 77, junio de 2010)

«Pienso que la justicia debida a las víctimas es una premisa fundamental a la hora de legitimar cada nueva reinvención de la misma democracia. En esto hay que seguir a Johann B. Metz cuando afirma: “Porque, en definitiva, la política democrática no puede reducirse a la relación de un interlocutor con otro interlocutor, sino que ha de ser la relación de unos con otros que están olvidados y en peligro.”[1] Esta manera de percibir el asunto público juzgo que ha de acompañar a todo intento de ligar democracia y justicia. Marcel Gauchet, aunque no es el único, ha resaltado que el modelo moderno de democracia es identificable a condición de prestar atención al nuevo modo que tienen los ciudadanos de organizar temporalmente la acción colectiva.[2] Efectivamente, la democracia moderna se caracteriza, entre otras cosas, por el abandono de un proyecto metafísico que, anteriormente, orientaba la acción conjunta de los seres humanos. Estos, en un contexto tal, previo al ideal de autonomía, y sobre todo si eran representantes del cielo en la tierra, hacían suyo el siguiente enunciado: “Si así lo hiciera, que Dios y la Patria me premien, y si no, Él y ella me lo demanden”. Con el paso de los años Dios ha ido despareciendo, en el espacio público, como juez de referencia; y la Patria, por su parte, en un contexto de paulatina mundialización, fue perdiendo (¡aunque no tanto como debiera en algunos territorios!) su naturaleza trascendente -casi divina- para ir siendo sustituida por la historia del progreso. Otra forma más sutil de echar balones fuera y hombres a la hoguera: “Que la historia me juzgue”. En efecto, hubo una época en que la historia fue investida de tribunal donde se juzga al mundo, pero con ello no se llegó aún al momento pleno del modelo democrático, el cual no ha dejado de modificarse y, con ello, de transformar una vez tras otra la organización temporal de la vida en común. Así se ha llegado a un punto en el que la historia ha terminado por parecernos, también, demasiado trascendente; hemos querido venir más acá y lo hemos hecho, como dice Antoine Garapon, hasta el extremo de convertir la historia misma en algo justiciable.[3] Ella no sólo no juzgará al mundo, sino que junto a éste será juzgada -no otra vez por Dios y por la Patria- sino por los hombres de aquí y ahora, o sea, por los genuinos actores. Ahora bien, podemos preguntarnos: ¿Quiénes son estos hombres, estos nuevos jueces que, precisamente por serlo, no dejan ya la tarea de juzgar en manos de una instancia cuya misma naturaleza provocaba que el juicio se aplazase sine die? ¿Quiénes son lo nuevos jueces y cuándo juzgan? ¿Quiénes son estos que ya no se conforman con ser testigos pasivos de una justicia que no sea la de ellos mismos? ¿Quiénes son estos que ya no se sienten satisfechos con levantar acta de una historia, sino que pretenden transformarse en jueces de la misma? De estas cuestiones se desprende, por lo menos, la idea de que la pregunta por la justicia es la pregunta por nuestra identidad, la cual no podremos reconstruir más que teniendo muy presente la injusticia padecida por las víctimas, o sea, por quienes padecen una identidad robada.

La reconciliación, en efecto, requiere que los que hayan sido verdugos también rehabiten en la polis reconstruida, pero que lo hagan en justicia, es decir, dándose cumplimiento a la libertad de la verdad. Sin ésta no habrá reparación ni reconciliación que merezcan ser utilizadas como instrumentos de justicia, o sea, como medios de reconstrucción de la comunidad política. Por el momento, pues, deberemos trabajar en y por la libertad de la verdad para que cada uno de nosotros pueda hacer suyas y pronunciar, en un tono de tiempo secular, las palabras del profeta: “Voy a volver a tus jueces como eran al principio, y a tus consejeros como antaño. Tras de lo cual se te llamará Ciudad de Justicia, Villa-leal. Sión por la equidad será rescatada, y sus cautivos por la justicia”.[4]»





[1] Metz, Johann Baptist (et alt.). La provocación del discurso sobre Dios, Madrid, Trotta, 2001, p. 47.
[2] Cf. Gauchet, Marcel. L’avénement de la démocratie I. La révolution moderne, Paris, Gallimard, 2007.
[3] Garapon, Antoine. Peut-on réparer l’histoire?, Paris, Odile Jacob, 2008, p.59.
[4] Libro bíblico de Isaías 1, 26-27.