lunes, 20 de enero de 2014

Lágrima democrática

Si el cuadro «El ángel» de Paul Klee, siguiendo el decir de Benjamin, mostraba la historia a través del espanto de la mirada seráfica, este otra acuarela de Klee («La lágrima») pienso que magistralmente mimetiza, con anticipo, aunque no fuese la intención del pintor, la tristeza cívica en el rostro del sujeto democrático. 

«República» y «turba, en los lados de nuestro poliedro politiquero, son fetiches al servicio de la nueva oligarquía política que, un día sí y otro aún más, toma el nombre de «Democracia» en vano. Para su comprensión, impagable este recurso clásico (siempre actual) que es el diccionario de Ambrose Bierce:

“República: s. Nación en que, siendo la cosa que gobierna y la cosa gobernada, una misma, sólo hay autoridad consentida para imponer una obediencia optativa. En una república, el orden se funda en la costumbre, cada vez más débil, de obedecer, heredada de nuestros antepasados que cuando eran realmente gobernados se sometían porque no tenían otro remedio. Hay tantas clases de repúblicas como grados entre el despotismo de donde provienen y la anarquía adonde conducen.
República, s. Entidad administrativa manejada por una incalculable multitud de parásitos políticos, lógicamente activos pero fortuitamente eficaces.”

“Turba: En una república, aquellos que ejercen una suprema autoridad morigerada por elecciones fraudulentas. La turba es como el sagrado Simurg, de la fábula árabe: omnipotente, a condición de que no haga nada.”

[Ambrose Bierce, “Diccionario del Diablo.” (1911)]