domingo, 16 de febrero de 2014

Naturaleza y enfermedad: La vida humana no es un juego natural.

Lo que vengo a comentar aquí, con motivo de la jornada de ayer, en la que se celebró el Día Mundial de la lucha contra el Cáncer Infantil, es que las propuestas de resignación -ya las procedentes de un neoestoicismo ecológico como esas otras que se columpian en el embobamiento bucólico- son un obstáculo para la construcción de un mundo justo y bello. A la Naturaleza se la ha de amar, pero también con una rebelión contra ella misma. Que haya enfermedades no hace injusta a la natural condición humana, pero que no hagamos todo lo que esté a nuestro alcance para erradicarlas sí que es radicalmente injusto. 

El amor, el respeto y el cuidado de la Naturaleza, así como cualquier otra actitud favorable a la conservación de esta, son parte fundamental de la confirmación actual del «ethos democrático». El fundamento de la moral ecológica, valga la expresión, no siempre tiene necesariamente que ser antropocéntrico, es decir, que la conservación de una - la Naturaleza- esté al servicio de la conservación del otro -el Hombre-. Descéntrese, pues, de perverso humanismo todo lo que se quiera y pasemos -provisionalmente- por alto los difíciles problemas que se discuten a su propósito, pero no nos dejemos embaucar por la idiotez moral, que la hay y crece a marcha forzada. 

El estricto conservacionismo, opuesto a todo tipo de transformación, que defiende una radical naturalidad de la vida humana, no es menos antinatural que la defensa a ultranza del progreso a cualquier precio. El tratamiento médico y moral de la enfermad dan buena medida de lo humanos que son los seres humanos con su propia naturaleza en construcción. La enfermedad mortal sufrida por los niños nos exige una acción acorde con una cabal inteligencia científica y moral, lo cual trasciende el baboseo lastimoso de ciertos humanismos y de los banales ecologismos. 

El ethos democrático es una moral de rebelión, siempre lo ha de ser, incluso en su conservación. Por esto, el cáncer de un niño habría de valorarse como un singular caso del mal, no es una anomalía natural a la que habrá de darse mera respuesta natural. La existencia del mal, hasta la del mal sin culpa de la Naturaleza, y menos aún de quien lo padece, nos exige también pensar y hacerlo más allá de la pura Naturaleza. Parece que siempre tiene que haber alguien que, desde la estupidez moral y la imbecilidad naturalista, te espete: «¿Acaso no se conserva la Naturaleza gracias a su propia autodestrucción?». En mi opinión, a esto no se responde - con el alcance que merece la mortífera ideología que se esconde ahí- con esa otra ideología buenista que no ceja de dar publicidad, pero sin ningún argumento, en favor de la idea de la vida como un valor absoluto. La vida humana no es un juego natural.