martes, 11 de febrero de 2014

Becas, plazas, méritos y cojones.

La «RAZÓN SEXUAL» del decisionismo administrativo:

En su página «Patente de corso», el escritor Arturo Pérez-Reverte escribe sobre el déficit de transparencia que sufren los ciudadanos respecto del procedimiento o resolución de cualquier expediente tramitado por «esta Administración infame» (para leer, «clic»). 

Entiendo que la falta de transparencia, la falta de información oportuna y debida, es la cara visible de algo casi invisible y mucho más corrosivo, a menudo cínicamente manifiesto: la arbitrariedad, el «porque sí» o el «porque no», .... Es el reino de la razón o del motivo sexual: «Mire Usted, ¿por qué?», pregunta el interesado; al que le viene encima la aplastante respuesta: «Porque me sale de los cojones». O del «coño», que va derivando en convertirse en otra forma de «cojones».

Pues bien, leyendo esa entrada de Pérez-Reverte, me he acordado del contenido de un par de páginas de un libro de Adela Cortina, titulado Hasta un pueblo de demonios. Ética publica y sociedad y que fue publicado en el año 1998. En ellas, esta filósofa cuenta muy bien, y explícitamente, lo de los «cojones», es decir, eso que a algunas personas solo les molesta en su lado soez, pero en absoluto por lo que significa de corrupción moral de lo público.  He aquí parte de esas páginas, para caminar por un texto:

«"NO  DEBE USTED LA PLAZA A SUS MÉRITOS"
...
Cuenta Elias Díaz que en los tiempos de la "ominosa dictadura" regía los destinos de "la asignatura" [Filosofía del Derecho], de forma totalmente feudal y caciquil, otro Elías, pero bien diferente de él, que llevaba el apellido "de Tejada". Como cacique de cepa, premiaba a los adictos y castigaba a los renuentes, dando plazas y prebendas a los primeros, negándoselas a los segundos. Y como en tiempos de la "ominosa dictadura" el campo de la asignatura era más bien un cortijo, en el que el amo hacía y deshacía a su sabor, corrían los desafectos el riesgo de no salir en la foto de una nómina.

Un buen día, como tantos otros, se celebró una oposición y nuestro hombre dedicó todo su esfuerzo en el desarrollo de la misma a destacar la incompetencia de alguno de los candidatos, fallecido por cierto hace ya algún tiempo. llegada la votación, propuso Elías de Tejada con igual empeño que se concediera la plaza al candidato cuya debilidad se había esforzado en destacar. Estupefacto y abochornado ante tan extraño proceder, preguntó al catedrático otro miembro del tribunal: ¿Pero por qué quieres darle la plaza, si has hecho lo imposible por demostrar que no tiene méritos para ello?". Y replicó, contundente, el interpelado, con esa caciquil sabiduría que viene de siglos: "Para que siempre sepa que no tiene la plaza por sus méritos, sino por mis cojones".
...
Porque pasaron los tiempos de la dictadura pero, a los efectos que venimos comentando, no desapareció la ominosidad. Los herederos de los antiguos caciques habían aprendido sus mismos hábitos, sus mismos códigos, su misma lógica. Y aunque ahora es todo más costoso, porque hay que darle apariencia democrática, los mimbres con que se teje el cesto son los mismos y sólo se trata de ir comprando voluntades, prometiendo premiso o amenazando con ejemplares escarmientos. 

Una vez la mayoría asegurada por la zanahoria o por el garrote, una vez controlada "la asignatura", una vez sellado el pacto entre los poderosos libres y los que están dispuestos a dejarse esclavizar con tal de obtener una prebenda o conseguir que se les perdone la vida, queda expedito el camino para manipular las leyes jurídicas en provecho propio y en perjuicio de los débiles y los renuentes. De los que no pueden negociar, o sí pueden, pero tampoco quieren hacerlo, porque un día se apercibieron de que los importa, y mucho, su dignidad.» 

(Adela Cortina. Hasta un pueblo de demonios. Ética pública y sociedad. Madrid: Taurus, pp. 40-41.)