domingo, 9 de febrero de 2014

«Entre lobos...»

Con esta expresión, «Entre lobos...», alguien encabezó hace unos días, en su muro de Facebook, un post en el que compartió una nota periodística donde se podía leer una entrevista realizada a la presidenta de la AVT, la Asociación de Víctimas del Terrorismo. El título de la nota, así como el contenido de la entrevista, resaltaban -entre otras cuestiones- el enfrentamiento que los miembros de dicha asociación mantienen entre sí y también el que sostienen con el gobierno central de España.

He pedido al titular de ese muro que, por favor, me aclare el significado que él le da o tiene esa expresión de «Entre lobos...» en el post. La respuesta ha sido ninguna respuesta, esfumarse.

Es evidente la carga de mi solicitud. Ciertamente, le estaba pidiendo que descartase las significaciones perversas que esa expresión, en tal contexto, contiene respecto de las víctimas del terrorismo, y por ser estas percibidas sectariamente como víctimas de derechas. Los puntos suspensivos (¡ay, con la maléfica suspensión!) lejos de aumentar la confusión, eran el modo de dar por sentada, en la mente del lector, una complicidad valorativa e ideológica. Es el decir sin acabar de decir, porque ya vosotros, que sois de los nuestros, certificáis el inequívoco significado. Y si hay alguien entre los lectores que no lo comparte, pues los puntos suspensivos de la in-contestación se convierten para ese alguien en un mensaje igualmente inequívoco: «en mi muro solo se contesta lo que yo contesto». O sea, el mismo sectarismo en el ademán que el que alimenta la depravación moral de una expresión aplicada a las víctimas del terrorismo.

"«Entre lobos...» anda el juego" o "«Entre lobos ...» no hay dentelladas", o cualquier otra expresión análoga, podrían servir para identificar a las víctimas de derechas como «lobos». ¡Ay, el imaginario social del «lobo»!

El uso ese de la expresión esa, en el post ese, es un claro ejemplo de la cobardía moral que caracteriza las actuaciones, ora de palabra ora de acción, de algunos militantes de cierta ideología que se dice de verdadera izquierda. En realidad, se trata del renacimiento de un sacerdocio secular de la negación de lo político, realizado en nombre de una política totalitaria, que así lo es por excluyente. Se puede estar en descuerdo, y hasta se debe en ocasiones, con algunas posiciones de algunas víctimas del terrorismo. Pero esa exclusión incluyéndolas en el bestiario político, esa exclusión es maliciosa e ignominiosa. La estulticia moral del sectarismo se ve acompañada de la cobardía moral. Por tanto, destruye la posibilidad misma de lo político.

Pero sepan esos militantes totalitarios que, como diría otra representante de víctimas, habremos ciudadanos que no seremos dóciles. Frente a la estupidez y la cobardía moral del incivismo ese, que viola los valores y principios de la razón democrática, al violar la dignidad de las víctimas, opondremos con nitidez y energía el valor de un juicio contra el prejuicio.


Es muy grave que se esté produciendo el renacimiento ese del que he hablado. Un renacimiento que, visto desde la psicología social, se nos manifiesta como una patología destructiva de lo común. Patología, sí; y una de las más graves, la patología que consiste en estar enfermos de sí mismos, esa que renueva la condición inhumana de unos humanos que ven a las ovejas como lobos. Es el renacimiento sectario del «homo homini lupus», el renacimiento permanente de políticas del «denominador común» que destruyen el tejido de lo común, auténticas neoplasias impolíticas que se tienen a sí mismas como el todo del cuerpo social.