Con esta expresión, «Entre lobos...», alguien encabezó
hace unos días, en su muro de Facebook, un post en el que compartió una nota
periodística donde se podía leer una entrevista realizada a la presidenta de la
AVT, la Asociación de Víctimas del Terrorismo. El título de la nota, así como
el contenido de la entrevista, resaltaban -entre otras cuestiones- el
enfrentamiento que los miembros de dicha asociación mantienen entre sí y
también el que sostienen con el gobierno central de España.
He pedido al titular de ese muro que, por favor, me
aclare el significado que él le da o tiene esa expresión de «Entre lobos...» en
el post. La respuesta ha sido ninguna respuesta, esfumarse.
Es evidente la carga de mi solicitud. Ciertamente, le
estaba pidiendo que descartase las significaciones perversas que esa expresión,
en tal contexto, contiene respecto de las víctimas del terrorismo, y por ser
estas percibidas sectariamente como víctimas de derechas. Los puntos
suspensivos (¡ay, con la maléfica suspensión!) lejos de aumentar la confusión,
eran el modo de dar por sentada, en la mente del lector, una complicidad
valorativa e ideológica. Es el decir sin acabar de decir, porque ya vosotros,
que sois de los nuestros, certificáis el inequívoco significado. Y si hay
alguien entre los lectores que no lo comparte, pues los puntos suspensivos de
la in-contestación se convierten para ese alguien en un mensaje igualmente
inequívoco: «en mi muro solo se contesta lo que yo contesto». O sea, el mismo
sectarismo en el ademán que el que alimenta la depravación moral de una
expresión aplicada a las víctimas del terrorismo.
"«Entre lobos...» anda el juego" o "«Entre
lobos ...» no hay dentelladas", o cualquier otra expresión análoga,
podrían servir para identificar a las víctimas de derechas como «lobos». ¡Ay,
el imaginario social del «lobo»!
El uso ese de la expresión esa, en el post ese, es un
claro ejemplo de la cobardía moral que caracteriza las actuaciones, ora de
palabra ora de acción, de algunos militantes de cierta ideología que se dice de
verdadera izquierda. En realidad, se trata del renacimiento de un sacerdocio
secular de la negación de lo político, realizado en nombre de una política
totalitaria, que así lo es por excluyente. Se puede estar en descuerdo, y hasta
se debe en ocasiones, con algunas posiciones de algunas víctimas del
terrorismo. Pero esa exclusión incluyéndolas en el bestiario político, esa
exclusión es maliciosa e ignominiosa. La estulticia moral del sectarismo se ve
acompañada de la cobardía moral. Por tanto, destruye la posibilidad misma de lo
político.
Pero sepan esos militantes totalitarios que, como diría
otra representante de víctimas, habremos ciudadanos que no seremos dóciles.
Frente a la estupidez y la cobardía moral del incivismo ese, que viola los
valores y principios de la razón democrática, al violar la dignidad de las
víctimas, opondremos con nitidez y energía el valor de un juicio contra el
prejuicio.
Es muy grave que se esté produciendo el renacimiento ese
del que he hablado. Un renacimiento que, visto desde la psicología social, se
nos manifiesta como una patología destructiva de lo común. Patología, sí; y una
de las más graves, la patología que consiste en estar enfermos de sí mismos,
esa que renueva la condición inhumana de unos humanos que ven a las ovejas como
lobos. Es el renacimiento sectario del «homo homini lupus», el renacimiento
permanente de políticas del «denominador común» que destruyen el tejido de lo
común, auténticas neoplasias impolíticas que se tienen a sí mismas como el todo
del cuerpo social.