EL INSTANTE: RETOÑOS DE LA INOCENCIA CONTRA LA DURACIÓN
DEL TIEMPO APÓCRIFO.
Ahora bien, es interesante comprobar cómo esta noción del
«ahora» bienjaminiano se prestaría a una fructífera aleación crítica con la
idea de «instante» que pergeñó la filósofa María Zambrano en su «Los
intelectuales y el drama de España». De este escrito procede la siguiente
selección:
«... la inocencia que, eso sí, retoña inagotable con
invencible aliento; retoñar, sí, es lo que más cuenta. Y de la inocencia
justamente se trata. De la inocencia indispensable para que la historia sea
vivida en forma transparente, para que un soplo inextinguible de verdad la
sostenga. La inocencia que fecunda la razón liberándola de ser una mera
construcción que en su caída se degrada en ser un ciego instrumento. Y en
verdad el drama de España nos despertó, más que a la conciencia, a la
inocencia, no a la ingenuidad, según ese reiterado reproche que se nos dirige
nacido de la simpatía.
El despertar de la inocencia anula la soledad, trae la
identificación consigo mismo y con todos los hombres, que parece entonces
imposible que sean "otros"; "los otros" o "los
demás".
(...)
Pues que el despertar de la inocencia produce de
inmediato la absoluta entrega. la conciencia deja entonces de discernir como
hace de continuo, tal como si el discernir fuera su única función y no lo fuese
la de reflejar, por ejemplo, que es acción o estado en el que entra la luz y
con ella la llamada a la visión. En todo despertar se anhela ver y hacia el ver
va el que se despierta aunque no sea por la luz. Mas enseguida la
"realidad" y la inercia misma del sujeto caen el el discernir
encadenado por la realidad solo entrevista. Únicamente la realidad total
mantiene el despertar de esa inocencia escondida, casi sepultada en cierto
arder de resurrección. (...) El tiempo no podía ser medido ni se sentía que
midiese. ese tiempo-medida propio de la conciencia empeñada en discernir tan
sólo; cuando cesa el pensamiento brota entonces de más hondo y de más claro. La
profundidad ha dejado de ser oscura y amenazadora. Surge otro tiempo dado por
la fe en la libertad que despierta sin avasallar la inocencia a que mantiene en
su arder.
(...)
Inocencia y pureza son consideradas como
"etapas" y no como centro; el centro que nunca puede ser negado sin
traer el anonadamiento en el mejor de los casos, la destrucción a la
desesperada y aun la desesperación sin salida a menudo. Suicidio del ser que a
veces se consuma sin acabar con la vida. O la rebelión de la vida contra el ser
que inevitablemente se hace apócrifa, la vida de un otro. Vida apócrifa que
corresponde a la historia apócrifa en la que el ser humano se condena a sí
mismo.
Y es compacta la historia apócrifa como irrespirable es
el aire en su recinto amurallado contra la luz. Parece que un mínimo de verdad
circulando en el aire sea indispensable para que un ser humano respire; un
mínimo también de fuego sutil como alimento primario. Y la proporción posible
y, luego, lo imprevisible que adviene; EL PRODIGIO DEL INSTANTE QUE ROMPE LA
DURACIÓN.
(...)
Forzosamente la historia apócrifa se instala en la
extensión, dura por breve que sea su dominio, aunque siempre sea mucha su
duración. Mientras que la libertad es un soplo y la palabra verdadera apenas
consume tiempo. Por el contrario, se consume a sí misma para, extinguiéndose,
renacer. (...) Es un presente activo que lleva consigo todo lo que fue presente
por la verdad sostenida, respirada. CADA INSTANTE DE VIDA VERDADERA VIVIFICA EL
PASADO. No habría que temer el olvido ni la desmemoria, peor aún, sino la
infidelidad de la vida a su congénita libertad. Que al fin un día la historia
apócrifa ocupara totalmente la extensión disponible. Y en este caso la vida
proseguiría quizá como solidificación de una materia que no sería ya más que un
receptáculo de la duración. Y el tiempo mismo no transcurriría.
(...)
... EL INSTANTE DECISIVO, QUE NO VUELVE SI SE LE HA
DEJADO PERDER.
Y de lo que se ha dejado perder no cabe tener
experiencia. Por el contrario, se abre en el sujeto y en su historia el vacío
de la posibilidad que ilimitadamente se despliega. Y al que vive en ella el
pasado se le hace irresistiblemente poderoso; vive bajo su dependencia sin
atinar con el instante decisivo que dejó irse. El tiempo presente se paraliza.
Y la realidad no llega a configurarse o lo hace imaginariamente. La experiencia
es radicalmente imposible. Sólo un renovado comparecimiento, una mayor entrega,
que es lo que en verdad se le perdió, podría devolver al pasado su figura,
convertirlo en prólogo, en una especie de preexperiencia. Y el tiempo no suele
faltar entonces al que comparece porque se entrega desde su más hondo centro.
Así como la razón asiste al que no busca razones para que le sostenga. El
argumento de la historia vivida se descubre por sí mismo lleno de sentido. la
revelación del sentido es lo que propiamente ha de llamarse experiencia.
(...)
Mas habría que hacer una observación. Y es que el momento
histórico consume varias generaciones, entre las que se incluyen las que
padecieron bajo el poder de lo apócrifo y de su innumerable y cruenta
persecución. Y las que despiertan ya en lo que parece sea el dintel de la
historia verdadera se sienten llamadas, como es este caso, a recoger el momento
histórico que no acaba de entrar en el pasado; a hacerse vaso de su
transcender, y a mirarse ellos en este AHORA [con cursiva en el original], en
ese espejo que les ofrece el rostro y la figura incompleta y temblorosa, como
un alba, del hombre verdadero. Ese ser que despierta a la inocencia en medio de
la historia, que sin él no sería nunca universal, ni tan siquiera visible.»
[María Zambrano. Los intelectuales en el drama de España y
escritos de la guerra civil. Madrid: Trotta, 1998, pp. 81-87. // Reyes Mate. Medianoche en la historia. Madrid: Trotta, 2006, p. 291.]