miércoles, 5 de febrero de 2014

Caminando con María Zambrano

EL INSTANTE: RETOÑOS DE LA INOCENCIA CONTRA LA DURACIÓN DEL TIEMPO APÓCRIFO.

 La noción del «ahora» ocupa un lugar central en la constelación de ideas que conforman la concepción de la experiencia y de la historia del filósofo Walter Benjamin. El también filósofo Reyes Mate ha dejado explícito, en su magnífico libro Media noche en la historia, el sentido de esa noción en contraste con el de "duración" (del tiempo): «No es la duración lo importante, sino la relación entre particularidad y universalidad. (...) Adonde tenemos que dirigir la atención es a cómo el ahora prefigura el todo de la historia de la humanidad. (...) El ahora prefigura la salvación en tanto en cuanto salva el sentido de un momento del pasado».

Ahora bien, es interesante comprobar cómo esta noción del «ahora» bienjaminiano se prestaría a una fructífera aleación crítica con la idea de «instante» que pergeñó la filósofa María Zambrano en su «Los intelectuales y el drama de España». De este escrito procede la siguiente selección:

«... la inocencia que, eso sí, retoña inagotable con invencible aliento; retoñar, sí, es lo que más cuenta. Y de la inocencia justamente se trata. De la inocencia indispensable para que la historia sea vivida en forma transparente, para que un soplo inextinguible de verdad la sostenga. La inocencia que fecunda la razón liberándola de ser una mera construcción que en su caída se degrada en ser un ciego instrumento. Y en verdad el drama de España nos despertó, más que a la conciencia, a la inocencia, no a la ingenuidad, según ese reiterado reproche que se nos dirige nacido de la simpatía.
El despertar de la inocencia anula la soledad, trae la identificación consigo mismo y con todos los hombres, que parece entonces imposible que sean "otros"; "los otros" o "los demás".
(...)
Pues que el despertar de la inocencia produce de inmediato la absoluta entrega. la conciencia deja entonces de discernir como hace de continuo, tal como si el discernir fuera su única función y no lo fuese la de reflejar, por ejemplo, que es acción o estado en el que entra la luz y con ella la llamada a la visión. En todo despertar se anhela ver y hacia el ver va el que se despierta aunque no sea por la luz. Mas enseguida la "realidad" y la inercia misma del sujeto caen el el discernir encadenado por la realidad solo entrevista. Únicamente la realidad total mantiene el despertar de esa inocencia escondida, casi sepultada en cierto arder de resurrección. (...) El tiempo no podía ser medido ni se sentía que midiese. ese tiempo-medida propio de la conciencia empeñada en discernir tan sólo; cuando cesa el pensamiento brota entonces de más hondo y de más claro. La profundidad ha dejado de ser oscura y amenazadora. Surge otro tiempo dado por la fe en la libertad que despierta sin avasallar la inocencia a que mantiene en su arder.
(...)
Inocencia y pureza son consideradas como "etapas" y no como centro; el centro que nunca puede ser negado sin traer el anonadamiento en el mejor de los casos, la destrucción a la desesperada y aun la desesperación sin salida a menudo. Suicidio del ser que a veces se consuma sin acabar con la vida. O la rebelión de la vida contra el ser que inevitablemente se hace apócrifa, la vida de un otro. Vida apócrifa que corresponde a la historia apócrifa en la que el ser humano se condena a sí mismo.
Y es compacta la historia apócrifa como irrespirable es el aire en su recinto amurallado contra la luz. Parece que un mínimo de verdad circulando en el aire sea indispensable para que un ser humano respire; un mínimo también de fuego sutil como alimento primario. Y la proporción posible y, luego, lo imprevisible que adviene; EL PRODIGIO DEL INSTANTE QUE ROMPE LA DURACIÓN.
(...)
Forzosamente la historia apócrifa se instala en la extensión, dura por breve que sea su dominio, aunque siempre sea mucha su duración. Mientras que la libertad es un soplo y la palabra verdadera apenas consume tiempo. Por el contrario, se consume a sí misma para, extinguiéndose, renacer. (...) Es un presente activo que lleva consigo todo lo que fue presente por la verdad sostenida, respirada. CADA INSTANTE DE VIDA VERDADERA VIVIFICA EL PASADO. No habría que temer el olvido ni la desmemoria, peor aún, sino la infidelidad de la vida a su congénita libertad. Que al fin un día la historia apócrifa ocupara totalmente la extensión disponible. Y en este caso la vida proseguiría quizá como solidificación de una materia que no sería ya más que un receptáculo de la duración. Y el tiempo mismo no transcurriría.
(...)
... EL INSTANTE DECISIVO, QUE NO VUELVE SI SE LE HA DEJADO PERDER.
Y de lo que se ha dejado perder no cabe tener experiencia. Por el contrario, se abre en el sujeto y en su historia el vacío de la posibilidad que ilimitadamente se despliega. Y al que vive en ella el pasado se le hace irresistiblemente poderoso; vive bajo su dependencia sin atinar con el instante decisivo que dejó irse. El tiempo presente se paraliza. Y la realidad no llega a configurarse o lo hace imaginariamente. La experiencia es radicalmente imposible. Sólo un renovado comparecimiento, una mayor entrega, que es lo que en verdad se le perdió, podría devolver al pasado su figura, convertirlo en prólogo, en una especie de preexperiencia. Y el tiempo no suele faltar entonces al que comparece porque se entrega desde su más hondo centro. Así como la razón asiste al que no busca razones para que le sostenga. El argumento de la historia vivida se descubre por sí mismo lleno de sentido. la revelación del sentido es lo que propiamente ha de llamarse experiencia.
(...)
Mas habría que hacer una observación. Y es que el momento histórico consume varias generaciones, entre las que se incluyen las que padecieron bajo el poder de lo apócrifo y de su innumerable y cruenta persecución. Y las que despiertan ya en lo que parece sea el dintel de la historia verdadera se sienten llamadas, como es este caso, a recoger el momento histórico que no acaba de entrar en el pasado; a hacerse vaso de su transcender, y a mirarse ellos en este AHORA [con cursiva en el original], en ese espejo que les ofrece el rostro y la figura incompleta y temblorosa, como un alba, del hombre verdadero. Ese ser que despierta a la inocencia en medio de la historia, que sin él no sería nunca universal, ni tan siquiera visible.»


[María Zambrano. Los intelectuales en el drama de España y escritos de la guerra civil. Madrid: Trotta, 1998, pp. 81-87. // Reyes Mate. Medianoche en la historia. Madrid: Trotta, 2006, p. 291.]