jueves, 19 de enero de 2017

DEBIDA AMISTAD PARA UNA AMISTAD DE VIDA.

LITURGIA DE LA PALABRA BELLA, PALABRA DE ESPERANZA Y VERDAD.

De vez en cuando, se vuelve uno a encontrar con palabras cuyo primer efecto, al leerlas, es un sentimiento de admiración y gratitud. Con esta clase de palabras, comprobamos que la belleza de la escritura puede ser un modo de sobreponerse, si no es también de ir venciendo a lo terrible que esa escritura expresa. Tales palabras, leídas en la actualidad, vienen a reforzar el sentido de otras que ya leímos en otros días.

Palabras todas ellas, las del hoy y las del ayer, con referencia a lo terrible y temible, a lo que es muy difícil o casi imposible de tolerar. Palabras bellas y palabras sobre la belleza de las palabras. Unas y otras vienen a recordarnos, en el quedo a quedo de la voz, cuál ha de ser el sentido de la cultura -del arte de la palabra creativa- cuando llega el tiempo de lo espantoso, lo atroz y lo infame.

En esos momentos, a los que Levinas llamó «los agujeros de la historia» y «las horas sordas de una noche sin horas», lo que tiene valor estético y moral son esas palabras bellas. Estas se escriben no para la «adquisición de méritos» ni por un radical «nihilismo», sino por relación directa con el otro -que en esos casos también viene a ser quien las escribe-. Pero una relación con la delicadeza moral de «alcanzarlo sin tocarlo», con la «paciencia» de una vitalidad renovada en medio del horror. Esas palabras bellas, muy bellas, bellas en extremo, pronunciadas en el centro de algo extremo que se nos da a conocer, son «distintas a la vez de juegos y de cálculos». Esas palabras son de una generosa «liturgia» que solo ofician las personas dotadas de alma bella y plena en bondad. Personas que ante la amenazante «escatología sin esperanza» para sí mismas o para su tiempo, pronuncian palabras de hermosa esperanza para otros y para otro tiempo que no sea solo el presente. ¿Quién puede nombrar al otro y al tiempo futuro del otro cuando parece que se nombra a sí mismo y a su momento? Ese «quien» no es un héroe, no es un genio, no es un santo. Ese «quien» tampoco es una simple buena persona, sino que es una persona buena, de palabras bellas pronunciadas en verdad y con veracidad.

Dichosos quienes escuchamos o leemos palabras de una persona de ese calibre moral y estético. Dichosos, admirados y agradecidos hemos de estar por esas palabras que han sido escritas allí donde (a primera o a última hora, y entre horas) son muy a menudo -y para muchas personas- las horas sordas de un día y de una noche sin horas. Gratitud, admiración y dicha al constatar cómo se nos va haciendo bella la verdad que nos legó el poeta Goethe: la esperanza solo no es dada para quienes no la tienen. Una verdad anómala en el proceder de una verdad imposible. Y es ahí donde hay vida, en esa verdad, la de esas bellas palabras, la de esas personas buenas que ofician la liturgia que, según Levinas, es la ética misma. Y es ahí, en esa verdad recóndita en los agujeros sombríos de la historia, donde brota la amistad como virtud que compendia la conmiseración, la congratulación, la admiración y la gratitud, sin las cuales no es posible la dicha. Y es entonces, en amistad y por amistad, que alguien puede atreverse a mirar hacia lo alto y, no sin un debido pudor moral y estético, escribir:

A nosotros, yendo junto al amigo
por las viejas calles del nuevo suelo,
contra todo se nos murió el laurel,
se alzó la copa verde de un ciprés;

Habló Hiperión, para decir con fe
que solo el amor engendró este mundo;
para gritar con su firme esperanza
que por la amistad lo hará renacer.
...
Y bajo los cielos de nuestras tierras,
miraremos el cielo de las vuestras.


(tvb)