Por
muy jóvenes en edad que seamos, y por mucho que nos empeñemos en
imponer una irresistible imagen de neonatos, hay dos cosas que nos
delatarían en nuestra impostura y nuestros enjuagues: la primera es
el odio de alma rancia con el que cargamos contra los adversarios, a
los que sustanciamos en un único y esencial Enemigo, mal de todos
los males; y la segunda, vinculada a la anterior, esa forma que
tenemos de pervertir el sentido de la poesía universal -poesía de
«la palabra en el tiempo» y de «lo elemental humano» (A. Machado)-, a la cual
recurrimos como un tópico anacrónico y un arma retórica para
nuestro maniqueo y sectario combate. Por eso, como dijo Unamuno,
aunque adornemos nuestras palabras y nuestras acciones con un
incesante cambio de fórmulas, estas nos satisfacen «a falta de
pensamientos vivos», y «en el fondo implican una dejación y a la
par una dejadez del oficio de pensar y de repensar».
(tvb)
«Me
dijo una tarde» (Antonio Machado)
Me
dijo una tarde
de
la primavera:
Si
buscas caminos
en
flor en la tierra,
mata
tus palabras
y
oye tu alma vieja.
Que
el mismo albo lino
que
te vista, sea
tu
traje de duelo,
tu
traje de fiesta.
Ama
tu alegría
y
ama tu tristeza,
si
buscas caminos
en
flor en la tierra.
Respondí
a la tarde
de
la primavera:
Tú
has dicho el secreto
que
en mi alma reza:
Yo
odio la alegría
por
odio a la pena.
Mas
antes que pise
tu
florida senda,
quisiera
traerte
muerta
mi alma vieja.
(De
Antonio Machado. «III. Canciones: IV. Me dijo una tarde», en
SOLEDADES, GALERÍAS Y OTROS POEMAS (1907).
(Esculturas de Regardt van der Meulen)