Allí estaba él sentado, como tantos otros días, tratando de
diseccionar el cuerpo de un libro. Anclado en la página 158, tratando de
comprender unos perfiles, subrayó una línea de esas que te paran en seco y cuyo
sentido queda para siempre como una cita insalvable: «La verdad de los
enunciados está ligada a la intención de una vida verdadera». Se le encendió la
luz y, de inmediato, se le apagó. Aquel destello oscuro le dejó una marca
indeleble de exclamación e interrogante.
Así que interrumpió la lectura con el fin de airear la mente y descansar la
vista. Levantó la cabeza y miró hacia la puerta que había al fondo de la sala.
Pero en vano fue su intento: el rostro radiante y bello de una mujer le ocupó
de lleno la mirada. Ella, con la luz de sus ojos, el brillo de su pelo y el
trasiego de su cuerpo, le abrió las puertas a un mundo de deseo y pasión. Lo
miró una décima de segundo, como sin mirarlo; y ya los dos sintieron temor y
temblor. Era el Amor, que los amenazaba. Y él ya no más vio que a través de los
ojos de Ella; y enmarcó el mundo en el encuadre de las gafas que Ella lucía con
peculiar y exquisito gusto.
En ese estado de agitación, él retornó a su libro, leyó de nuevo aquella frase y escribió algo en su bloc de notas: «¡Amor y Verdad?». Al instante, en una rama del árbol del tiempo comenzó a brotar una yema que pronto quedó en letargo. El árbol creció durante muchos años. De uno para con otra, y de Ella para con él, bien poco se supo. Pero no hace mucho que yo pasé cerca de allí. Y he podido ver cómo un ramillete de suave luz alimenta a una preciosa y revivida orquídea en flor. ¿Será de aquella semilla del tiempo, del tiempo de Amor y Verdad?
(tvb)