sábado, 17 de noviembre de 2018

LAS ESQUIRLAS DEL BIEN


x.1. Valor al emitir juicios de comprensión reflexiva, para juzgar en verdad y con bondad, sabedores de las propias miserias: «Pues nada mueve tanto a misericordia como la conciencia del propio peligro. Que la paz y el amor se conserven en los corazones por la conciencia de un peligro común». (Agustín de Hipona); «Solo conozco un tipo de golpe de viento que pueda abrir ampliamente las ventanas de las casas: el sufrimiento común» (Max Horkheimer).

x.2. En este mundo nuestro, de altiva cultura laicista, bautizada con el nombre de «tolerancia», suceden la persecución y anulación de sus herejes. Y así como toda vieja herejía es susceptible de transformarse en nuevo dogma, también los juramentos de tolerancia cargan su propio conjuro, a saber, el perjurio. Al Nombre le siguió el nombre, y a este ha venido a suplantarlo el subnombre. ¡Cuánto mal (sufrimiento y miseria) se ha causado y se puede seguir causando en nombre de lo auténtico, del Bien Auténtico!

x.3. La república de los intocables de «Ethos Ness»: nunca reniegan de sí mismos, son cetro y corona en el nicho y en la cuna. Son el antes, el durante y el después de un secular buenismo transgresor (¡?). Si ayer fueron unos virtuosos del vicio y hoy son unos viciosos de la virtud, mañana se afirmarán en lo que son: los intocables, esos que siempre lo hacen Bien, incluso cuando obran mal. Siempre en su santa «guerra fría», construyendo «su» Pueblo.


x.4. Y, a todo esto, ¿qué son los demás para los intocables? Pues eso, seres «en trop», los que están de más y a destiempo. Juzgan a los otros sin conciencia de la común y frágil condición moral de cada ser humano. Quien se reconoce -por medio de dicha conciencia- como «pecador» (=hacedor de vidas dañadas), no juzga con el deseo de destruir la dignidad de sus congéneres. Ser conscientes de la débil condición ética de uno mismo no atenúa, ni exime ni justifica el mal que los otros hacen; no significa ser cómplices ni consentir, pero la comprensión  reflexiva de lo propio entre sí y los otros, como posibles hundidos, impide sentirnos a salvo, hacernos valer y mirar como intocables. Quien tiene un juicio comprensivo, por serlo reflexivo, no escupe saliva que corroe la dignidad del hundido ni blande una lengua de doble filo.

(tvb)