lunes, 28 de enero de 2019

CRÓNICA DE UNA MÁGICA NOCHE DE TEATRO


«Admiro su manera, sorprendente en la situación que conocemos, de recuperar el uso probablemente general de los grandes poetas que extraen sus metáforas de lo que está próximo y parece insignificante, y convierten en vivaz todo un conjunto enmarañado de situaciones banales, barajadas de nuevo en beneficio de una expresión más profunda, para introducir en las percepciones más débiles, fundidas en la expresión de una imagen, una densidad magnífica y contundente».

(De una carta de Walter Benjamin a Hugo von Hofmannsthal, 28.12.1925)

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Como adelanté en una de las anteriores entradas, el pasado jueves 24 de enero asistiría a la representación de la obra El Mago de Juan Mayorga en el teatro Lope de Vega de Sevilla.  Y así ha sido. 

¿Resultado? Tanto a las personas con las que asistí como a mí, la representación nos gustó mucho; y cuando digo «nos gustó», me refiero de nuevo a la facultad del gusto estético de la que habló Kant en su tercera crítica. ¿El resto de los espectadores? Pues no pregunté a nadie, pero sí que dejé el oído colgando por el aíre, como suelen hacerlo algunas personas en pueblos y barrios cuando quieren tomarle el tono a la opinión ambiente. 

¿Y qué se decía? En general, por lo que puede escuchar, las personas salieron complacidas y valoraban bien la representación. En algún caso comentaban cierta dificultad para captar el sentido completo de la obra. Hubo incluso quien dijo haberle recordado, en cierto momento, una película de Buñuel. Lo que más se destacaba era cómo se conjugaba la imaginación, el humor y los momentos serios que llaman a la reflexión. Luces, decorado, tiempo de la obra y su desarrollo fueron bastante bien valorados por lo que pude oír de un par de grupos. De los actores, palabras mayúsculas de admiración. Y todo en concordancia con varias tandas de aplausos por parte del público al acabar la función teatral, aplausos con el inconfundible ritmo local. 

Por otra parte, he leído algunos de los textos publicados en la crítica periodística. Dejo enlaces a algunos de ellos para que cada cual, tanto si ha visto la obra como si no, se haga una idea sobre la recepción que está teniendo la misma. En mi opinión, no es necesario que cada nueva obra de un autor sea la mejor obra de su producción, ni siquiera que cada una de sus obras sean todas unas obras maestras. La excelencia tiene un rango, y lo sobresaliente cae dentro de él; al igual que la prominencia, se distribuye de forma gradual y distinta en cada uno de los elementos o aspectos que componen las representaciones. Esto, algo casi evidente, es lo que alguna crítica no alcanza a comprender, además de no darse cuenta de que las obras de arte están abiertas a una recreación de sentido por parte del espectador, lo cual no quiere decir que deba imperar el canon del subjetivismo. Y es esta apertura la que carga al espectador con la tarea de un gozo estético que no es meramente pasivo. En el teatro, como en tantas otras formas de la cultura, no solo uno ve u oye lo que ve y oye, sino que es uno quien mira y quien escucha. 

Por mi parte, quiero resaltar que la dualidad entreverada «humor/reflexión», que tiene lugar en el tempo de la obra, se reflejó muy bien en las oportunas alternancias de risas -sin estridencias- y silencios - muy atentos- que se sucedieron durante toda la velada teatral. Algo que la maestría interpretativa de los actores ayudó para que fuese posible. Lo cual, sin una muy buena dirección tampoco lo sería. Y lo que digo, entiendo que no es asunto secundario. Ciertamente, por el acomodo de dirección e interpretación con la reacción que esta provocaba, me hice más consciente de dicha dualidad. Fue en un momento de la representación, cuando ya iban decantándose las ubicaciones de los personajes, que me acordé del discurso que Rafael Sánchez Ferlosio pronunció en el año 2004 en su recepción del Premio Cervantes. El discurso se tituló Carácter y destino. Recomiendo su lectura, para la cual también dejo anotado un enlace al final.  

Comienza Sánchez Ferlosio contando cómo un día acercó a su hija pequeña a una función teatral de guiñol cuando esta ya había comenzado, lo cual no impidió a la niña entrar de lleno en el mundo de aquella puesta en escena. Esto le dio pie a Sánchez Ferlosio para acordarse de un ensayo de Walter Benjamin -a quien por otra parte Juan Mayorga conoce como muy pocos han logrado hacerlo- donde el segundo reflexionaba acerca de la definición y distinción de los conceptos de destino y carácter. Pues bien, en su discurso, Sánchez Ferlosio tomó este par de conceptos para distinguir, con varios ejemplos literarios y sociológicos, entre personajes de carácter y personajes de destino, entre personajes de manifestación y personajes de argumentación, personajes de comedia y personajes de drama, personajes de felicidad y personajes de satisfacción, etc. 

Y no digo yo que intencionadamente Juan Mayorga haya creado una obra en base al conocimiento profundo que sin duda tiene de esos textos de ambos autores.  Lo que digo es que esa tipología, por decirlo así, la entendí corresponderse entre el personaje central de la obra -personaje de manifestación o carácter- y el resto de personajes -personajes varios pero todos ellos de argumentación o destino-. Claro que la cosa no acaba ahí, porque resulta que, conforme avanzaba la obra hacia su final, y más aún tras el final, uno pensó que al personaje central tal vez le ocurra lo que según Sánchez Ferlosio le sucede al Quijote, a saber: «El ser personaje de destino es la obra de su carácter; por eso, lejos de disminuir su condición de personaje de carácter, la confirma y reduplica». Es como si la magia, en cierta forma, incluyese a la vez la felicidad -gratuita- y el argumento -que la reivindica confundiéndola con la trabajada satisfacción-. Algo a lo que ningún personaje ni ninguno de nosotros puede escapar. Demasiada complejidad para llevar una única máscara. Demasiada complejidad para saber cuál es la máscara de la verdad, por mucho que -como decía Benjamin- la verdad esté excluida del mito. 

Por tanto, recordando el final del discurso de Sánchez Ferlosio («El argumento se quedó parado y sobrevino la felicidad») me sigo preguntando qué clase de personaje es quien, en el instante final de la obra, toca en la puerta mientras el personaje central pronuncia las últimas palabras antes de que todos cerremos los ojos. Me pregunto si seré yo quien toca en la puerta, y si entraré en el mundo mágico como un personaje de carácter o de destino. Preguntas a las que me lleva el espléndido teatro, el magnífico teatro escrito y representado. Y sí, cómo no, es para estarles agradecido.

(tvb)



ENLACES: 



1. Discurso de Rafael Sánchez Ferlosio (Premio Cervantes 2004):

https://www.almendron.com/politica/pdf/2005/spain/spain_2356.pdf