martes, 7 de diciembre de 2010

Fanatismo

En primer lugar el fanatismo no es un duende, sino una enfermedad físico-moral, una enfermedad cruel y casi desesperada; porque los que la padecen, aborrecen mas la medicina que la enfermedad. Es una como rabia canina que abrasa las entrañas, especialmente á los que arrastran hopalandas. Sus síntomas son bascas. convulsion, delirio, frenesí: en su último período degenera en licantopía y misantropía, en cuyo estado, verdaderamente lastimoso, el enfermo se siente con arranques de degollar a todos los que no sienten ó piensan como él, aunque sean de su misma sangre, máxime si chocan con sus intereses y apetitos; y aun quisiera hacer una hoguera y quemar á medio linage humano.
     Es mal contagioso que se introduce por el oido, por los ojos, y se pega principalmente por el trato y la concomitancia, por el uso de una misma ropa, etc.: á veces se hereda.
     Hay dos especies de fanatismo: religioso y político. Algunos fisiologistas añaden tercera especie, el filósofo; pero esta no está admitida por los sabios. Aquel es el mas violento: y cuando el primero y el segundo prenden en una nacion, hacen lilas estragos que la guerra, la hambre, la peste y la medicina: si una vez se llegan a arraigar, duran siglos. (…)
Entre todos los perturbadores de la república, ninguno hay mas díscolo e irrefrenable que el fanático religioso; porque con el entusiasmo de que Dios le dicta su ley suprema, desprecia como de menos valer todas las leyes humanas y endiosado así, se cree superior á todos los hombres, á todas las leyes, y á todos los gobiernos. ¿Que se ha de hacer, dice un buen facultativo, con un espiritado que á título de que vale mas obedecer á Dios que á los hombres, se imagina que del rey abajo inclusive está en obligacion de degollar á cuantos no cumplen con lo que él se figura ser la ley de Dios? Una jaula es poco, y la horca no sé si es mucho.
     Séase lo que se quiera, los inspectores de salud pública deben velar diligentes contra, el fanatismo de cualquiera especie para luego que apunte el menor germen de infeccion, ahogarle antes que se desarrolle; porque, desarrollado, no hay fuerza que sea poderosa á atajar su furia.

(Bartolomé José Gallardo, Diccionario crítico-burlesco)