lunes, 31 de enero de 2011

Revoluciones democrácticas

Cómo el individualismo es más fuerte después de una revolución democrática que en cualquier otra época.

Es sobre todo en el momento en que una sociedad democrá­tica se forma sobre las ruinas de una aristocracia cuando más se acentúa ese aislamiento entre los hombres, y el egoís­mo que es su consecuencia.
Esas sociedades no sólo contienen gran número de ciuda­danos independientes; hay además una masa de hombres que, recién llegados a la independencia, se embriagan con su nuevo poder, confían presuntuosamente en sus propias fuerzas y, convencidos de que en adelante ya no tendrán que solicitar la ayuda de sus semejantes, muestran claramente que no se ocupan sino de sí mismos.
Por lo común, una aristocracia no sucumbe sino después de prolongada lucha, durante la cual surgen odios implaca­bles entre las diferentes clases. Estas pasiones sobreviven a la victoria y pueden rastrearse en la confusión democrática que le sucede.
Los ciudadanos que ocupaban puestos elevados en la je­rarquía destruida no olvidan fácilmente su antigua grande­za, y durante mucho tiempo se consideran asimismo como extranjeros en el seno de la nueva sociedad. No ven sino opresores en aquellos que se han convertido en sus iguales, cuyo destino no puede excitar su simpatía; han perdido de vista a sus antiguos iguales y ya no los sienten unidos a su suerte por un interés común; cada cual se retira por su lado y se reduce a no ocuparse sino de sí mismo. Por el contrario, aquellos en otro tiempo situados en lo más bajo de la escala social y hoy elevados por una súbita revolución al nivel co­mún, no gozan de la independencia recién adquirida sino con una como secreta inquietud si se encuentran con algu­nos de sus antiguos superiores, se apartan de ellos con mira­das de triunfo y de temor.
Así pues, suele ser en los comienzos de las sociedades democráticas cuando los ciudadanos muestran más tenden­cias al retraimiento.
La democracia lleva a los hombres a no juntarse con sus semejantes, pero las revoluciones democráticas les inducen además a huir unos de otros, y perpetúan en el seno de la igualdad los odios que engendrara la desigualdad.
La gran ventaja de los americanos radica en que llegaron a la democracia sin sufrir sus revoluciones y en que han na­cido iguales sin necesidad de llegar a serlo.

(Alexis de Tocqueville, La democracia en América, 2)


[Ciertamente, diría algún Sancho a su buen Don Quijote: no es oro todo lo que reluce; así pues, quien avisa no es traidor.]