Religiones en las democracias identitarias.
Como un ejemplo filosófico de lo que, en expresión de A. Escohotado, llamaríamos «narración en pensamientos» del mundo actual -en el que la religión y la política se tornan asuntos de identidad- comparto esta extensa selección de fragmentos de un libro del filósofo Marcel Gauchet. Lo hago en relación con la nota que el diario El Pais publica hoy sobre la evolución de la religiosidad en Europa:
Como un ejemplo filosófico de lo que, en expresión de A. Escohotado, llamaríamos «narración en pensamientos» del mundo actual -en el que la religión y la política se tornan asuntos de identidad- comparto esta extensa selección de fragmentos de un libro del filósofo Marcel Gauchet. Lo hago en relación con la nota que el diario El Pais publica hoy sobre la evolución de la religiosidad en Europa:
«Retirada de la religión no significa abandono de la fe religiosa sino abandono de un mundo estructurado por la religión, donde ella dirige la forma política de las sociedad y define la economía del lazo social. […] La retirada de la religión es el paso a un mundo en que las religiones existen, pero en el interior de una forma política y un orden colectivo que ya no determinan. Añado, y en el fondo éste el punto decisivo, que en el mismo seno del lazo social y de la organización política, este paso implica la asimilación y transformación de lo que en las sociedades antiguas se ofrecía bajo la forma de religión. […] En su dimensión más profunda, la retirada de la religión es la transmutación del antiguo elemento religioso en algo distinto de la religión. Po eso rechazo las categorías de “latinización” o “secularización”, porque no dan cuenta del sentido último del proceso. Cabe enfatizar que ambas nociones tienen origen eclesiástico. Designan o lo que no forma parte de la Iglesia o lo que escapa a su jurisdicción. Y de ese origen les queda una grave limitación de principio: no evocan más que una simple emancipación del mundo humano con relación a la empresa legisladora de lo religioso. Pero lo que esta en juego es otra cosa y mucho más: una recomposición del conjunto del mundo humano, por reabsorción, reforma y reelaboración de aquello que, durante milenios, tuvo el rostro de la alteridad religiosa. …, el paso de una situación de dominación global y explícita de lo religioso a una situación que podríamos llamar de secundarización y privatización de lo religioso, en relación con otro fenómeno típico de la modernidad política que es la disociación entre la sociedad civil y el Estado. […] Incluso a ojos de sus propios fieles, las Iglesias han perdido la autoridad para determinar la fe, por no hablar de imponer dogma. A fortiori, tampoco pueden ya orientar las opciones políticas o reglamentar las costumbre. … La individualización de la fe y la privatización del sentir han alcanzado a las instituciones de la tradición y a sus seguidores. Hay razones para pensar que todos esos rasgos se intensificarán en el futuro, a menos que ocurra un giro imprevisible, ya que se presentan amplificados entre los jóvenes. […] (págs. 21-27)
Esta relativización íntima de la creencia es el producto característico de nuestro siglo, el fruto de la penetración del espíritu democrático en el interior del espíritu de la fe. La metamorfosis de las convicciones en identidades religiosas constituye su desenlace. […] La pretensión de universalidad queda de entrada desterrada … Así pues, hay más opciones que nunca (en lo cual estamos en las antípodas de las sociedades de tradición). Pero opciones cuyo objeto es uno mismo: lo que está en juego no es la verdad del mensaje al que me adhiero, sino la definición subjetiva que me ofrece. La tradición vale en tanto es mía, en tanto me constituye en mi identidad singular. Pero no se vuelve prioritariamente hacia el más allá. Su principal recurso es la identificación de uno mismo más acá… Mi comunidad es aún más mía si admito que es sólo una entre otras. La metamorfosis de la creencias en identidades es el precio del pluralismo llevado al extremo, hasta el punto en que toda ambición universalista y conquistadora pierde sentido, y ningún proselitismo es posible. Eso explica la extraña consistencia, a la vez dura y blanda, que muestran esas identidades: son intratables sin ser agresivas. La fe se argumenta y se discute. La identidad o trata de convencer, y al mismo tiempo es impermeable a la objeción. No la anima una convicción que pretenda imponerse. En cambio, es intransigente de cara el exterior, con respecto a su reconocimiento. […] Esa lógica se aplica a las identidades en general, pero las identidades religiosas ostentan su expresión más clara, debido al papel específico que conservan o recobran las religiones. Si por un lado, como hemos visto, el fenómeno de “identitarización” tiende a retener de ellas sólo sus formas exteriores y diluirlas en “culturas”, por otro lado, la mutación fundamental de la política democrática tiende a inspirarles una dignidad y una utilidad nuevas, … El poder publico, dicho de otro modo, se ve obligado naturalmente a reconocer a estas identidades que se cuidan de hacerse reconocer. (págs. 107-111)
Es evidentemente falso que el Estado tienda a volverse o, aún peor, que “quiera ser”, deliberada y maliciosamente, indistinguible de la sociedad. Es más distinto que nunca de la sociedad, pero su diferencia ha cambiado de forma y principio: era substancial, ahora se ha vuelto relacional; era metafísicamente superior, ahora es especularmente exterior. … El Estado que pierde la posibilidad de alegar un derecho superior al de las convicciones privadas no deja de ser el garante de la componibilidad de esas convicciones en su pluralidad irreductible: un papel que le obliga a quedarse absolutamente fuera de ellas para mostrarles el mismo respeto a todas … El Estado se ha vuelto seguidista justamente en tanto representa y en consecuencia, así se se plantea y así es considerado por los límites del mandato que se le concede. No hay que imaginar un mandato directo de la sociedad. El voto de los representados nunca se manifiesta solo. Siempre supone la intervención primera de un ofrecimiento político que se esfuerza por procurarle una traducción y se somete a la sanción ciudadana. Nada ha cambiado al respecto. En cambio, lo que se ha modificado profundamente es la vigilancia de la conducta de los representantes designados y su adecuación al voto colectivo. Entre el juez, por un lado, y la opinión, del otro, entramos en una democracia del control que es de hecho una democracia expresamente representativa, una democracia en la que se marca formalmente que los representantes son sólo representantes, donde el principio de representación mismo está sujeto a representación. Eso deja a la escena política y a quienes ejercen el poder en dependencia explícita de cara a la sociedad. Y ésta es sólo la parte visible de un vasto movimiento que coloca al Estado en su conjunto en posición de respuesta a la demanda, en función del proceso de recomposición de lo colectivo en torno a la identidades.
Como representante de la sociedad civil, el Estado está llamado en realidad a cumplir el papel de instituir las identidades que lo componen. Se forja en relación con ellas. … Con el modelo pluralista-identitario-minoritario en desarrollo actualmente, lo que encontramos es cierta tiranía del trayecto a seguir y del procedimiento a respetar. La prioridad es que los problemas sean representados por quienes los plantean, no que sean discutidos. … Lo importante, para los gobernados, es manifestarse. Y para los gobernantes, manifestar su atención a las particularidades que imponen su existencia y reclaman ser tomadas en cuenta. La decisión, por tanto, o bien tiende a convertirse en una especie de resultante automática de las presiones en todo sentido -además, permanentemente renegociada- o bien se ve relegada a los bastidores y su elaboración se convierte en asunto de una oligarquía técnica. Eso no quiere decir que sea aceptada por principio sino, más bien, todo lo contrario. Los interesados manifestarán gustosamente su rechazo; la capacidad pública de censura es un atributo esencial de la nueva sociedad civil. Pero expresar un rechazo no es formular una contrapolítica. … Está en cuestión la posibilidad de una integración global de innumerables reivindicaciones, de un pilotaje coherente del conjunto. … En cuanto al proyecto, ya apenas hace el papel de accesorio demagógico para campañas electores; aún consiste frecuentemente en un catálogo de promesas dictadas unas por a clientela política y otras por os sondeos, promesas cuya compatibilidad mutua no parece ser una preocupación importante para nadie. Lo local y lo puntual alejan lo global. La dirección del todo se disuelve en la atención concedida a las partes. En el interior de la política se fabrica la impotencia de la política, sobre la base del modo de ordenar la relación de representación, que vuelve problemática la conducta del conjunto como conjunto y su supervivencia como objeto de la deliberación pública.
Surge de ahí el sentimiento de alejamiento del poder y de que sus operaciones se sustraen al control que acompaña paradójicamente los patéticos esfuerzos de quines o detentan por mantenerse próximos al deseo de los ciudadanos. Por más que sondeen los corazones y los estómagos, por más que multipliquen las señales de vigilancia, de su presencia, de su sensibilidad, son percibidos como ajenos, irremediablemente extraños a las preocupaciones de sus administrados. … Cuanto más se manifiesta y se hace oír la sociedad civil, más los dirigentes le ofrecen testimonios de solicitud y consideración y menos se conocen en profundidad. La distancia entre la base y la cima crece inexorablemente. Lo que pasa allá arriba no tiene nada que ver con lo que se dice aquí abajo, depende de la negociación de las decisiones y de la composición de todas acciones surgidas de la dispersion en una orientación unificadora. El poder se aleja porque es simbólicamente el lugar de un proceso que escapa el control de los actores sociales y que en última instancia atañe a otros, a aquellos que sí están bajo control. Es verdad que escapa incluso a los gobernantes, que parecen cada vez menos dueños del gobierno. Pero esa inconsistencia, lejos de acercar a ambas partes (“estamos todos en el mismo barco”) acaba por alejarlas mutuamente, … La ambivalencia de la relación con el poder es es extrema. Es objeto de un consentimiento desigual. Individuos y grupos se acogen a él tácitamente … con … la legítima intransigencia de su “ser-sí-mismo”: sea por autenticidad personal, identidad de grupo o unión de intereses, … Y, simultáneamente, solo pueden sentir su resultado final como algo ajeno, …
Es posible estrechar el control tanto como queramos, poner en la picota las impurezas de los políticos, afinar la expresión y la medida de la opinión pública, reforzar los poderes de verificación del juez, pero ninguna de esos medios de vigilancia y canalización del poder añadirá a la toma de decisiones lo que se le escapa de las operaciones del poder. En cierto modo, el control contribuye al sentimiento de impotencia al destacar en toda su amplitud lo que se escapa del control.
Y es que reconocer no es conocer, hacer visible no es hacer inteligible, representar no es controlar mediante el pensamiento.» (págs. 127-139)
(Gauchet, Marcel. La religión en la democracia. Cobre. Barcelona, 2003, (trad .de la ed. francesa de 1998 por S. Rocangliolo).